El pasado 30 de noviembre, el colectivo Calleshortbus llevó a cabo un conversatorio en torno a lo que significa ser lesbiana en una ciudad como Cartagena. El siguiente texto es una reseña de lo que allí se discutió y una radiografía del panorama político y social que enfrentan las lesbianas de la Heroica, cuando se trata de ejercer su libertad y autonomía desde lo público.

Y quien sabe, quizá las torres gemelas también eran lesbianas y desaparecieron sin decirlo.

 

El 30 de noviembre del año pasado, la Corporación Colectivo Calleshortbus realizó un evento para convocar un tipo particular de mujer. Una provocación para poder hablar con franqueza de lo que significa para las lesbianas y bisexuales de Cartagena salir del closet. Esto, a riesgo de que algunxs pudieran considerar que hablar de lesbianas, luego de ver tanto porno, Hellen Degeneres, Tila tequila o The L world en la televisión de principios de siglo, era un intento desesperado por actualizar algo que ya se abordó con demasiada espectacularidad y que se debería mantener tranquilo encima de la mesa de noche. Sin embargo, vivimos en el Caribe y en particular en una ciudad que amerita ponerle lupa al sartén cuando se trata de hablar de arepas.

En busca de la lesbiana perdida

Foto: Colectivo Calleshortbus

Al evento asistieron alrededor de 30 personas y se llevó a cabo a modo de conversatorio en una pequeña pero acogedora discoteca decorada con estibas en plena avenida Pedro de Heredia, justo sobre la frontera simbólica que hoy separa el norte del sur de la nueva ciudad. La discoteca se llama MANAOS y le abre las puertas desde hace varios años a maricas, pero en especial a mujeres lesbianas de la periferia para que se encuentren con sus pares en un lugar ameno y divertido; un espacio seguro con el que todavía cuenta la ciudad y sus mujeres diversas para socializar…. Algo así como una cerveza en el desierto.

Pero para efectos de llevar un orden, haré una retrospectiva que nos sirva de memoria histórica sobre aquellos hechos que en nuestra pequeña urbe le han significado aprietos a nuestras hermanas de lucha y sigla; a las mismas que parece que la historia no deja se someter al penoso rincón de la invisibilización o la burla. Una remembranza que sirva de antesala para justificar la existencia de estos espacios en la ciudad.

11 de septiembre de 2012, 7:30pm. En los bajos del habitacional Las Bóvedas en el Centro Histórico, Viviana y su novia decidieron pasar por alto sus temores y se dieron un beso ─nada demasiado intenso, con mucha lengua o exhibición; un beso suave─. Un cuarto de hora más tarde, ellas y su grupo de amigos, no solo fueron obligados a abandonar el lugar, sino que además se logró, gracias a la acción efectiva de 12 activos de la policía metropolitana, si señorxs, 12 bien distribuidos en dos patrullas y 2 motos. Todo esto frente a la mirada morbosa de los vecinos que no tardaron en bajar a cerciorarse que se ejecutara la solicitud que desde la comodidad de sus casas hicieron, por considerar que el afecto que se expresan en público dos mujeres, es un acto censurable, vergonzoso.

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Foto: Colectivo Calleshortbus

Imaginarán que la escena se caricaturizó escandalosamente con la llegada de más gente y con ello, se confirma que nuestros derechos están latentemente amenazados hasta en los momentos en los que el amor se cristaliza en forma de un beso entre mujeres. Frente a la imposibilidad de agredirte ─porque finalmente se trata de mujeres─, me dedico a crearte un escenario en el que el ridículo te obligue a largarte; humillarte para echarte del espacio público. Por supuesto nos manifestamos al día siguiente en lo que sería una de las primeras convocatorias que se realizó en la ciudad para reivindicar desde lo simbólico, un derecho civil violado a dos mujeres lesbianas. No hubo denuncias formales ni despidos, pero sí hubo cubrimiento mediático y la lectura de un manifiesto lésbico declamado con ira y a la vez profundo temor por Daniela Diaz, una de las que nos invitó al evento de lesbianas al que regresaremos más adelante en este texto. Tuvimos la oportunidad de verificar una de las realidades más obvias que te puedas encontrar en esto de analizar la vida en perspectiva diversa, y es que un beso lésbico en el espacio público, en la VIDA REAL ─no en el porno─, pesa mucho más que reconocernos una sociedad fecal, hipócrita y doblemoral. Porque es que en el porno la satisfacción está pensada para el hombre. El beso, el toqueteo de las chicas con sus uñas extralargas pintadas de rojo, la mirada a contrapique fijamente a la cámara que tanto te excita, está dirigida para ti machito heteronormado que las prefiere con el chocho y el culito bien rapadito… ¿por qué será?

Esa misma semana del conversatorio, el presidente de un club de fútbol colombiano en su versión masculina (todos los presidentes de clubes de fútbol son hombres), elevó nuevamente la mirada colectiva sobre eso que sabemos que piensa todo el mundo, pero que nos callamos quizá por sentirnos proyectados de alguna manera en ellos: “el futbol de mujeres es una fábrica de lesbianas y éstas son más alcohólicas que sus equivalentes masculinos”. Queda traslúcida la evidencia de que el futbol nunca ha sido un deporte que abra puertas para las mujeres ─y menos lesbianas─, entre otras, y siguiendo al técnico lesbofóbico en cuestión, porque “no son rentables” ¿a quién le interesa ver 22 mujeres sospechosamente masculinas pateando un balón? ¿Quién quiere patrocinarlas? ¿tú?

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Foto: Colectivo Calleshortbus

El equipo femenino de futbol tuvo que dormir en el piso del aeropuerto mientras esperaba el avión que las traería de vuelta a Colombia con una copa de campeonas en la mano. Habrá que recordar que las divisiones femeninas de fútbol surgieron más como presión de la FIFA para que los clubes participaran en torneos internacionales, que el verdadero interés de los entrenadores y directores de incluir a las mujeres en el escenario futbolístico -no existen ni siquiera “canteras” para divisar nuevos talentos. Lo paradójico es que en efecto el fútbol se ha convertido en una excusa para la sociabilidad entre mujeres y en especial de mujeres lesbianas que, al igual que las trans con sus equivalentes reinados de belleza, encuentran en esos espacios de representatividad y destaque, un escenario naturalmente hostil, binario, heteronormal y que lxs rechaza.

Al conversatorio en cuestión nos acompañó, además de Daniela, Zhai Julio, también del colectivo Calleshortbus. Su intervención giró alrededor de la interseccionalidad raza/orientación sexual. En otras palabras, ser lesbiana, negra y de la periferia en una ciudad que es racista, misógina, lesbofóbica, clasista y aporofóbica. Zhai es una mujer con un pronunciado afro que trabaja en un hostal del centro, estudia diseño y tiene varios tatuajes en el cuerpo. Ha vivido y estudiado casi toda su vida en la periferia de la ciudad. Una cartagenera como usted o como yo, pero en el hombro con la mirada sospechosa del vecino que la critica o de la sociedad que intenta marginarla de tanto en tanto por andar siendo como es y deseando lo que no debe. Para esta cartagenera, ser feminista, negra, lesbiana y pobre, le plantea la necesidad de pensarse todo el tiempo en clave corporal y cómo ese cuerpo racializado, materializado en una mujer lesbiana, la obliga a adoptar posiciones frente a las lecturas que hacen de ella en la ciudad; no para satisfacer a alguien, sino todo lo contrario, para hacerle frente a la violencia machista con la que se pueden encontrar mujeres como ella en la calle día a día. Algo así como percibir que del pie de la popa hacia el centro el trato y la sociabilidad con el otrx se lleva a cabo con el filtro de lo políticamente correcto; ya sea por la idea de que en el centro todo es más open mind, quizá por estar cerca a zonas de oficinas, establecimientos públicos o que los turistas que vienen con la mente abierta hacen que estas zonas respondan con más tolerancia a la presencia de personas abiertamente gays o lesbianas. Pero del pie de la popa hacia la periferia la historia es otra.

Daniela, la otra de las ponentes en el conversatorio, se reconoce como una mujer blanco-mestiza, consciente de su lugar de privilegio en la ciudad; pero también se siente con la conciencia política capaz de cuestionarlo y de sentir la necesidad de participar en espacios de reconocimiento y visibilización para mujeres lesbianas que quizá no cuenten con las mismas garantías que ella sí tuvo. Reconoce también que la violencia machista y lesbofóbica la ha sentido en muchas ocasiones, una de ellas en una EPS luego de intentar convencer al médico que la atendió – y a casi todo el personal de la eps- de la imposibilidad técnica de que ella pudiera quedar embarazada… ya saben, por aquello de las tijeras. Sin embargo, el médico al ver que el resultado del examen dio positivo, producto de un asunto hormonal, confundido, no tuvo otra recomendación más oportuna que enviarla a buscar de Dios… un clásico. El sistema de salud participa en el coro histórico que encuentra la sexualidad de las mujeres, como un asunto accesorio que se puede solucionar con terapia ocupacional o un buen pene que les normalice las hormonas y las regrese a la “normalidad”.

La moderación del evento estuvo a cargo de la filósofa y escritora Nancy Prada, una mujer que, además de reconocerse sexualmente diversa en público, lo hace en escenarios complejos como el que plantea en Colombia trabajar en el Centro de Memoria Histórica en un estudio como Aniquilar la Diferencia; una investigación en clave de memoria histórica, que visibilizó los casos de violencia homolesbotransfóbica en el contexto del conflicto armado en Colombia. Nancy considera que el movimiento de lesbianas necesita, fundamentalmente, vislumbrar un horizonte más feminista, es decir, convertirlo un enunciado político. “Ser lesbiana es un hecho político, no solo sensual y afectivo, de hecho, el reconocimiento como lesbiana tiene potencia de politizar las dimensiones sexuales y emocionales de la vida. Hay que apostarle no solo a la defensa de un ─me gustan las mujeres─ sino también a un ─es mi cuerpo, es mi vida, mi plena autonomía, que ejerzo en el éxodo del destino de las mujeres: heterosexualidad y servilismo─.

Las tres anfitrionas dejaron ver en sus intervenciones su intención de romper con uno de los paradigmas que ha acompañado históricamente la lucha de las lesbianas; incluso a la hora de reclamar, junto a Gays, Bisexuales y Transgeneristas, sus derechos particulares desde y dentro del movimiento LGBT mundial: la invisibilización. Pero es también un hecho que la visibilidad se gana asumiéndola en lo público y al parecer es lo público el talón de Aquiles en las mujeres cuando de asumir su orientación sexual se trata. Una jugarreta del sistema que las obliga, por protección o ilusión de comodidad, a mantenerse en el resguardo del anonimato, mientras en términos políticos, como menciona Nancy Prada, se van perdiendo espacios de ganancia afirmativa en materia de derechos y la sub representación vendrá en forma de “gays y mujeres trans cada vez más empoderadas pero preocupadas más por fortalecer sus identidades femeninas que cuestionarla”.

Al parecer, hoy son más conscientes de que la sigla nunca terminó de incluir su voz; que el peso de nacer con vaginas sigue pasando factura incluso cuando se trata de luchas por DDHH y de ahí parte la idea de conmemorar las rebeldías lésbicas; otra excusa para plantear un cambio en la estructura de esta sociedad que odia a las mujeres y en especial a las machorras. Las lesbianas ya deberían hablar, escribir y vivir en clave de orgullo. L E S B I A N A con todas las letras y sin escudarse en la cómoda identidad GAY que no las representa, lo saben. Hacerlo las convertirá en el puente más sólido que acerque a las pequeñas lesbianitas y bisexualitas que ya vienen creciendo en el seno de sus hogares, propensos a transformarse en campos de concentración para el reconocimiento de algo tan elemental como el amor. Amar otras vulvas.

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Foto: Colectivo Calleshortbus