En los 90´s, cuando aún faltaban años para que Internet se convirtiera en parte fundamental de la vida de los humanos del futuro, el televisor era el aparato más importante en una casa. La conexión emocional que las personas desarrollaban con relación a los productos televisivos que consumían era tal, que organizaban su agenda alrededor de sus programas predilectos.
Un programa de televisión, al ser emitido a una hora específica, un día específico, era algo que uno se podía perder, si no llegabas a la emisión, difícilmente tenías oportunidad de volver a verlo, al menos no de manera inmediata. En ese sentido, el valor que le dábamos a los programas por ser algo que se nos podía escapar, nos invitaba a estar allí puntuales cumpliéndole la cita. La idea era atesorar en la memoria ese producto que nos gustaba, sabiendo que una repetición podía darse mucho tiempo después o nunca.
Hoy es posible ver un programa a la hora que se nos antoja, cuantas veces queremos, pues los contenidos están siempre disponibles por cuenta de la manera en la que circulan en Internet. Sin embargo, esta semana, por cuenta del estreno de La Niña Emilia, la telenovela del canal Telecaribe que rinde homenaje a Juana Emilia Herrera, una de las cantantes más importantes del Caribe colombiano, los televidentes y entre ellos muchos millennials, han vuelto a la manera en la que consumían televisión en los noventa.
¿Hace cuánto muchos de los que ven la serie cada noche no decían, “pilas que tengo que llegar a la casa temprano para ver la novela”? Por otro lado, esto de tener a tanto millennial viendo un programa en t.v. y al mismo tiempo comentándola en redes sociales, le da al asunto un toque familiar, como si fuéramos una gran familia real y virtual, en la sala de la casa, parqueada frente al televisor, recordándonos cómo era ser televidente a finales del siglo pasado.
Desde su primera emisión, La Niña Emilia ha logrado que una gran teleaudiencia organice su agenda cada noche a las 9:00 p.m., en torno a la voz de una mujer que es sinónimo de noviembre, fiesta, lamento, libertad. Un logro televisivo que se ha granjeado esta producción a punta de calidad, un éxito que en Cabeza de Gato atribuimos a los siguientes aspectos:
Visualmente atractiva
Se nota que hay una intención de otorgarle carácter al paisaje y de jugar con el entorno, los personajes y los diálogos, para lograr un efecto poético. La escena del primer capítulo en la que Emilia está en una canoa, cantando un lamento inspirado por su padre, con el sol del atardecer a su espalda, sentada a sus anchas, con un pie dentro del agua, fue el abrebocas perfecto para que nos conectáramos con la poesía visual que ejecuta la producción.
Acento costeño de vedda vedda
¿Cuántas telenovelas ambientadas en el Caribe colombiano nos ha tocado ver soportando el acento de los actores (costeños y no costeños) que dista mucho de parecer natural o cercano a la verdadera manera de hablar de los habitantes de la Región Caribe? En el caso de La Niña Emilia no sólo se rescata el acento sino una jerga sin censura, en la que se lucen como parte de nuestra cultura hasta las expresiones más vulgares. Bastante fama ha ganado la expresión “inyéctame”, que Emilia usara para invitar a uno de sus amantes a la cama. Claro, de vez en cuando se cuelan por ahí algunas expresiones que quizá en el tiempo en que trascurre la novela aún no se usaban, lo cual puede atribuirse no a imprecisiones sino a una estrategia para lograr conexión con el presente.
Una historia necesaria
La novela llega para demostrarnos cuánto necesitábamos saber quién era la dueña de esa voz con la que crecimos, esa voz que cada noviembre llega para ponernos a cantar y a bailar. Qué bueno que La Niña Emilia, gracias a esta novela, en adelante tenga no solamente voz, sino rostro, contexto, historia. Ahora sabremos quién fue esa mujer de voz arrebatá con la que tanto hemos festejado. Necesitábamos saber de dónde viene toda la alegría de sus canciones y también esa tristeza, ese lamento contenido en muchos de sus pregones. La novela llega también para contarnos cómo era ser mujer, negra y pobre en el Caribe colombiano machista del siglo XX y cómo una mujer de aquella época, a través del arte, se convierte en la heroína de su vida, superando las adversidades y las limitaciones que intentó ponerle un mundo que quizá hubiera preferido que guardara silencio.
La contundente actuación de Aida Bossa
Si algo tuviéramos que criticar, sería el maquillaje con el que han caracterizado a la actriz Aida Bossa, para logra que tuviera el mismo tono de piel negra que La Niña Emilia. De escena a escena, a veces el tono resulta más o menos claro, lo que afecta un poco la continuidad de la idea del personaje que el televidente se va creando. No faltará quien pregunte por qué no le dieron el papel a una actriz de piel negra. Sin embargo, hay que decir que la actuación de Aida es tan contundente, que el detalle del maquillaje pasa a un segundo plano. Una gran actuación compensa pequeños detalles de caracterización, o que lo diga Netflix, que puso a un excelente actor portugués en el papel de Pablo Escobar, aunque nunca lograra el acento paisa. Cuando uno ve a Aida en pantalla sabe que estaba destinada para interpretar a Emilia y la verdad es que con sus gestos, ademanes, matices y forma de cantar, la está sacando del estadio.
El aire a documental
Celebramos las escenas tipo documental que se combinan con el hilo narrativo de ficción. Ese aire periodístico da a entender que se trata de una producción cuya intención es contar esta historia por amor a la persona en la cual está basada y no por un mero interés comercial o coyuntural, tipo RCN y su telenovela acerca de Hugo Chávez. Es evidente y, hace parte de lo que enamora de La Niña Emilia, que existe un gran respeto y admiración por parte de quienes la hacen posible hacia la persona de la Niña Emilia, y que la reconocen como uno de los íconos más grandes de nuestra cultura Caribe. Una mujer que merecía ser visibilizada tal como está ocurriendo en esta producción, por su importancia artística y no simplemente por un afán comercial.
Una razón para sintonizar Telecaribe
La Niña Emilia se ha convertido en la mejor razón para volver a sintonizar Telecaribe. En tiempos de televisión por suscripción y streaming, que una producción de un canal regional logre la atención que la novela ha generado es sin duda una proeza. Telecaribe se anota un hit demostrando que puede hacer televisión con una calidad que supera tanto en temática como en ejecución a las producciones de telenovela biográfica de los canales privados nacionales.
Celebramos entonces que La Niña Emilia nos esté convocado al mejor estilo de las producciones de televisión nacional más vistas en los noventa. Felicitaciones para todo el talento humano detrás de este seriado, por regalarnos una producción hecha por costeños y para costeños, como nos la merecíamos desde hace rato. Ya los veremos recogiendo estatuillas a dos manos en los Premios India Catalina del próximo año.