Ningún otro día de la versión 2016 del Estéreo Picnic llovió tanto como el segundo, el viernes, el día de la noche en la que Florence Welch y su banda The Machine ofrecieron el espectáculo musical más poderoso, político y artístico de todo el festival.
Aquel 11 de marzo cayó en Bogotá una tormenta que hacía pensar que el inclemente sol que azotara a la ciudad desde diciembre era una leyenda. Al término de la tarde, el aguacero amainó y se convirtió en una llovizna leve y constante que mojaba sin empapar. Durante toda la presentación de Alabama Shakes, recé para que escampara y así disfrutar mejor la presentación de Florence, la siguiente banda en la misma tarima. Pero la llovizna persistió, y qué bien que lo hizo, pensé, al escuchar los acordes de What the water gave me (Lo que el agua me dio), la canción con la que Florence abrió su presentación. Ahora no puedo imaginarla sin la lluvia de fondo, sin la lluvia acompañando la ceremonia de guitarras eléctricas, percusiones, coro y potente voz que Florence Welch nos tenía preparada.
Avanzaba la música y los movimientos de la líder de la orquesta se extendían a lado y lado del escenario. El público guardó las sombrillas y se entregó a la bendición de la lluvia. Nos mojamos con gusto y con gusto habríamos mandado a volar también toda la ropa, si Florence nos lo hubiera pedido. Oírla cantar esas notas altas y largas y correr en círculos, nos indicó que asistíamos a un rito para honrar a la lluvia, rendirnos ante ella y agradecer lo que el agua nos daba: una bendición.
La noche del segundo día del Estéreo Picnic, Florence + The Machine demostraron que vinieron a tocar a Bogotá para activar el invierno y salvarnos del apagón, para lubricar a la ciudad y calmar la sed de las montañas. Aquella noche, con un repertorio de quince canciones, Florence sacudió a sus devotos espectadores con una vibratoria sutil, que nos subía la temperatura del cuerpo mientras la lluvia nos refrescaba. Florence atrajo con su música al manto vaginal del cielo, cálido y húmedo, para protegernos, enternecernos, animarnos, excitarnos.
Florence fue una Venus autorretratada, que no necesitó del ojo o la mano de un pintor para cobrar vida en el lienzo del escenario. Florence Welch es su propia creación.
Y cómo no excitarse, si sobre la tarima corría de un lado a otro Florence Welch, como un cartel de Alfons Mucha en movimiento, con ese traje de velo rosado, translúcido, vaporoso, que alrededor de su cuerpo parecía espuma, la misma de la que nació la diosa Venus. Y sí, Florence podía parecer inspiración para Alfons Mucha, sin embargo, en tarima, ella es una musa para sí misma, y si su vestido translúcido la hacía ver doblemente desnuda, era porque ella quería lucir doblemente desnuda para ella misma. Florence fue una Venus autorretratada, que no necesitó del ojo o la mano de un pintor para cobrar vida en el lienzo del escenario. Florence Welch es su propia creación.
La cortina de cuadrículas brillantes que servía de fondo al escenario, variaba sus colores a medida que avanzaban las canciones; los intensos tonos azules del principio se tornaron en amarillos y dorados, que parecían simbolizar que “There is always darkness before the dawn” (siempre hay oscuridad antes del alba), como dice la canción Shake it out. Dueña y señora de su voz y su criatura, Florence se movía al ritmo de Shake it out como una mujer que se ha sacudido al demonio de la espalda (al del machismo, por supuesto) para bailar mejor, para bailar libre, para gozarse de ella misma e inspirar al público a hacer lo mismo, bailar solos, con ella.
Si aquella ceremonia musical era un sacrificio, Florence jugaba un doble papel, entregar y recibir la ofrenda. Florence nos ofrecía su cuerpo musical para demostrar que han pasado casi cien años desde que Marilyn Monroe intentó ser libre sometiéndose al ojo de los hombres. Florence demuestra que su cuerpo no es un objeto sexual al servicio de nadie. En la letra de sus canciones y en cada detalle de su puesta en escena, Welch enseña que definitivamente es otro tipo de mujer, una Delilah (Dalila) del siglo XXI, una mujer inquieta y curiosa por averiguar el origen del poder. Una mujer que no le teme al peligro, que le gusta incomodar al sistema, que canta lo que piensa y siente, porque renunció al silencio, porque está dispuesta a asumir el riesgo de ser libre y porque confía en que estará bien. Una mujer que ha encontrado el origen del poder para cuidarse sola. “I´m gonna be free and I´m gonna be fine”, dice el coro de su canción Delilah.
En la letra de sus canciones y en cada detalle de su puesta en escena, Welch enseña que definitivamente es otro tipo de mujer, una Delilah (Dalila) del siglo XXI, una mujer inquieta y curiosa por averiguar el origen del poder.
Florence es como las mujeres que necesita el siglo XXI, una visión para sí misma, lo contrario de Marilyn Monroe, o quizá una consecuencia de la lucha que Monroe empezara con lo que entonces tenía a la mano. Porque a veces para ser libre toca encomendarse a lo desconocido; (“put my faith in something unknown”), dice Florence en su canción Sweet nothing. La Historia no ha podido darles a las mujeres más que una “dulce nada”. Mientras que a ellas les ha tocado inventarse estrategias a partir de esa nada para salir solas y sin miedo a ver “cuan grande, cuan azul, cuan hermoso es el mundo (“how big, how blue, how beautiful”).
“We are shining and we will never be afraid again” (estamos brillando y nunca más tendremos miedo) de la canción Spectrum, himno del acto artístico y político que es Florence + the Machine en vivo.
“Si no llueve no canto”, imaginé que Florence les decía a los organizadores del Estéreo Picnic antes de venir a Bogotá. Por eso no fue que este año el Chamán incumpliera con la labor de alejar la lluvia del Parque de la 222, como lo hizo el año pasado. Esta vez, estoy seguro, le encomendaron que hiciera todo lo contrario para complacer a Florence, para que el cielo estuviera tan oscuro que ella pudiera lucir brillante en su vestido del color de la carne por dentro, y su coro de mujeres entonara el “We are shining and we will never be afraid again” (estamos brillando y nunca más tendremos miedo) de la canción Spectrum, himno del acto artístico y político que es Florence + the Machine en vivo. Tenía que llover para que Florence se fijara en nosotros, su audiencia, y nos describiera con esta frase: “Les veo como un cielo lleno de estrellas”.
Qué mejor canción para cerrar su presentación que el éxito Dog days are over, canción durante la cual le pidió a las mujeres que se subieran a los hombros de sus compañeros. Florence quería ver a las mujeres de su público, para corroborar en sus caras que el mensaje les había llegado: Los días de la perra han terminado, los días de la servil, de la domesticada, han terminado. Florence les pidió a esas mujeres subidas a los hombros de los hombres que se quitaran alguna prenda y la hicieran girar en el aire, para celebrar que habían sido liberadas, que en adelante andarían como yeguas y que el mundo del siglo XXI debía prepararse para recibir su estampida (“Can you hear the horses, cause here they come”). Entonces pensé: Las mujeres serán tan dueñas del tercer milenio como ya lo son del rock.
Florence quería ver a las mujeres de su público, para corroborar en sus caras que el mensaje les había llegado: Los días de la perra han terminado, los días de la servil, de la domesticada, han terminado.
Entonces Florence abandonó el escenario y las luces se apagaron. Muchos creyeron que la ceremonia había terminado y empezaron a retirarse. Otros sabíamos que podíamos pedirle un poco más. Y prácticamente le rogamos que volviera. Nunca vi al público bogotano esperar tanto a un artista para que regresara al escenario. Fueron varios minutos de angustia, pero al mismo tiempo de fe, sobre todo de quienes no dejamos de llamarla. Y volvió, se hizo la luz y los acordes de What kind of man se sumaron a la lluvia que aún nos acompañaba.
Qué tipo de mujer es Florence que hace de cada canción un discurso político, sutil y poderoso, rebelde y libertario; quizá una especie de súper Antígona, que no se conforma con desafiar la ley de los hombres, sino que además se atreve a crear una propia. Una ley redoblante (una Drumming Song), que obedecimos en aquella ceremonia. Florence + The Machine en vivo, un ritual que se vale de la lluvia para, a través de la música, fecundar en sus espectadores nuevos tipos de seres humanos, amantes de la vida y amables con ella, mejores criaturas para el siglo XXI.