A medio camino entre la crónica, la entrevista y el monólogo teatral, el escritor cartagenero Diego Sanjuan Laverde se estrena en Cabeza de Gato, con este testimonio que retrata la experiencia de una mujer que vivió en carne propia los tejemanejes del conflicto armado en Colombia. 

 Testimonio

Testimonio del Conflicto Armado en Colombia

LOS HOMBRES ARMADOS

“A nosotras nos tocaba sobrevivir”

Narrado por Rosa

Montañas

sobrehumanas,

corriendo hasta donde llega la vista

 

La Bricha son dos calles, tres casas amarillas. El sol aquí quema fuerte pero en un segundo hace frío de nuevo. Con mis amigas jugábamos a las escondidas de aquí para allá entre las matas. Cuando al fin nos cansábamos, veníamos a tomar el aguapanelita. Ahí, echábamos cuento hasta que daba la noche.

 

Arropan mi insignificancia

que no comprende su propio llanto,

y escudriña en la inmensidad,

buscando también en sí

 

Una tarde oímos ruido entre los árboles, un hombre nos veía de lejos. Al día siguiente nos recogimos temprano, supimos que ya no podíamos volver. Días después, en pleno sol, vinieron en filas y se plantaron frente a nuestras casas. Era un grupo de hombres armados. No duró cinco minutos pero todos lo recordamos: ahora mandamos nosotros. Nosotros. Cualquiera que estuviese de turno en aquel momento. A nosotras nos tocaba sobrevivir. Sin importar, teníamos que obedecer al que estaba de turno.

 

Ellos no se mostraban mucho. Se veían lejos o quietos en las sombras, vigilando siempre. Pusieron toque de queda. El que no quería, no se volvía a ver.

 

Una noche que venía a mi casa caminando entre las matas sentí que me pusieron en el cuello la punta fría de un fusil. Yo ni volteé. Me congelé. Me preguntó el nombre, me dijo que tuviera cuidado y después: ‘corre’. Como dándome oportunidad. Yo corrí. Vine y me escondí aquí en mi casa. La madera está acabada por el tiempo. Imagínese, si no vengo por acá desde hace treinta y cinco años. Pero vuelvo y aquí está, tal cual. Ni candado le tengo que poner. Aquí mis vecinas la cuidan de vez en cuando. Todas somos como familia: aquí en la tienda y las de la quesera también.

 

Historias sobre finitud cercana,

pero cuerpos en busca de cuerpos

sucediendo en el mismo lapso,

ganando el terreno del olvido,

desafiando el desaparecer,

amando mientras recuerdan

la sombra escondida en los arbustos,

entre las calles,

en las terrazas,

entre las camas,

pero no en los pensamientos.

Desterrada de sus mentes

 

Apenas cumplí los dieciocho me fui de la Bricha porque no había futuro acá. Mi madre no quería pero también sabía que era necesario. Dejé todo. Mis amigas se quedaron.

 

Yo combato el miedo,

para crear la frase final de un conflicto que

me nublaba el pecho y la visión

 

Cuando llegué a Venezuela, lloré de día y noche todo el primer año. Claro, esperaba a que la señora de la casa se fuera para encerrarme en el cuarto, pero cada vez que ella volvía o me necesitaba, me secaba los ojos y salía de nuevo como si nada. Solo después de diez años pude llevarme a mi familia. Estoy pensando en volver, como están ahora las cosas en Venezuela. Allá está mi ex esposo con mi hija. Salir de aquí por la guerra y tener que irse de allá por lo dura que está la situación. El arroz se ha vuelto tan caro que no se puede conseguir.

 

Un dolor de encarcelamiento propio, ajeno

que se desvanece al escuchar,

desaparece al asimilar,

al evitar pensar, silenciarse para sentir

o temer

abstenerse del ruido y entender,

que este miedo, y ese

no son distintos,

que se lucha para volver a la vida

 

Aquí no viene mucha gente. Los últimos llegaron hace tres años. Vinieron a estudiar el terreno para poner un observatorio. Una cosa sí les digo, en la Bricha el pueblo es pequeño pero el cementerio es grande. Apenas estamos construyendo este osario pero aquí no hay tantos. Los otros están por allá atrás. Lejos, donde los dejaron antes.

 

Oídos,

en los seres humanos y en otras naturalezas

los movimientos de la vida no son actos de inconsciencia.

Es la necesidad. El intento. Propio de todas. 

Mar de voluntades influenciándose mutuamente,

donde la consciencia humana no tiene mayor relevancia

donde cada árbol es, vive y sobrevive, queriendo ser más,

como Rosa, como yo y también

como el alma que quiera encontrar algún otro sentido en estas palabras.