El escritor paisa estuvo en el Hay Festival 2019, hablando sobre su nueva novela ‘El cielo a Tiros’, con la que, al parecer, se completa lo que algunos han llamado la Trilogía de Medellín. Cabeza de Gato conversó con él sobre pulso narrativo y el proceso de creación de sus personajes y novelas. Franco demuestra que es un escritor que está constantemente en búsqueda de una historia, y que lleva a su ciudad natal muy cerca, no importa donde esté. 

Jorge Franco

Cabeza de Gato: Siempre dicen que contigo  y tu generación empezó la tendencia de romper con el realismo mágico, ¿a qué crees que se debe eso?

Jorge Franco: El rompimiento con esa literatura del boom se dio de una forma muy natural. Digamos que, entre el boom y nosotros, hubo otra generación de escritores, una generación intermedia, de ahí comenzó esa ruptura. Digo que se dio de una forma natural porque creo que los cambios no fueron forzados, simplemente nosotros somos una generación de autores mucho más urbanos influenciados por medios comunicación, medios audiovisuales, y eso ya marca una narrativa totalmente diferente. Si uno se pone a mirar, por ejemplo, mucha de la literatura anterior a la nuestra, era una literatura muy rural. Nosotros ya somos escritores más de ciudad, nuestra narración tiene ese mismo tono, esa velocidad, está impregnada de ese ambiente de la ciudad. Y eso de por sí la hace ya bastante distinta.

Los temas y los personajes cambian cuando el tiempo pasa y puedes contar esos escenarios con un realismo que los diferencia de otra realidad que se contó antes. Creo que ahí no hubo un rompimiento forzoso, fue un proceso natural de ruptura, que dio paso a una literatura latinoamericana mucho más conectada con el resto de la literatura universal.

CDG: ¿Eran nuevas búsquedas, nuevas inquietudes, nuevas preguntas?

J.F.: Claro, la curiosidad por lo que se quiere contar es otra. Cuando digo que es una literatura que empata mejor con el resto de literatura que se cuenta en el planeta, me refiero a que, por ejemplo, ya somos habitantes de ciudad, de urbes muy grandes, de ciudades muy cosmopolitas. Entonces, si contamos una realidad que ocurre en Bogotá o en Medellín, seguramente tiene mucha coincidencia con alguien que cuenta algo que pasa en Berlín, Nueva York o Madrid, porque son realidades que comparten problemáticas muy similares.

CDG: En tus novelas es común encontrar personajes femeninos muy interesantes, representativos, ¿cuál es el lugar de la figura de la mujer en tu narrativa? ¿Cómo encuentras sus voces, sus maneras, sus sentidos?

J.F.: Mira, eso a mí se me facilita desde muchos frentes. La cultura paisa en general es una cultura muy matriarcal. Pese al machismo, es una cultura que está centrada en la mujer, la madre es el eje de todo, un símbolo en la cultura paisa. También desde lo familiar, porque soy minoría en una familia donde predominan las mujeres. Entonces, he visto esa facilidad que tienen ellas para la expresión de los sentimientos, esa desprevención al momento de hablar, de expresar, de decir lo que quieren. En mi familia, mi cultura, las mujeres hablan más sin filtro. Son mucho más francas para decir las cosas. Todo eso me ha permitido acercarme a personajes femeninos con mucha más soltura.

Desde niño, desde mis inicios como lector, siempre he sentido una fascinación muy grande por los personajes femeninos de la literatura universal. Me gustaba, por ejemplo, de Shakespeare, una Lady Macbeth, me apasionaba. Bernarda Alba de García Lorca. La misma Madame Bovary. Todos esos personajes femeninos de la literaria universal me han fascinado siempre, sumado a una influencia cultural y familiar, pues me llevan a sentirme muy cómodo cuando voy a contar personajes femeninos. Y disfruto muchísimo escribiéndolos, más que a los masculinos. En realidad, lo que yo siempre estoy viendo que sucede con mis libros y con mis personajes es que esos personajes masculinos, aunque muchas veces son los narradores de las historias, quienes llevan la historia, siempre están girando alrededor de una situación que los relaciona con una mujer. Con su madre, su novia, no sé, una amiga. Como que ese centro planetario de la historia está regido por lo femenino.

CDG: ¿Crees que esta búsqueda de narrar desde la voz masculina es una manera  de no caer en el juego de usurpar la voz femenina o evitar el hecho de no lograr llegar a ella?

J.F.: Claro. Incluso yo una vez me arriesgué. Con mi primera novela ‘Mala noche’, me arriesgué a contarla en la primera voz del femenino. Pero fue un ejercicio que lo hice una vez y no sé si me atreva a hacerlo por segunda vez. Porque es muy difícil. Meterse en la piel de otra persona, ya de por sí es muy complicado. Y si es del sexo opuesto es doblemente difícil. Creo que le temo un poco a que las lectoras detecten esa imprecisión, que detecten que es un narrador que no conoce su mundo, que no conoce el sentir femenino como para contarlo. Sí creo que me resguardo un poco contando el mundo femenino desde lo masculino.

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CDG: ¿Cómo te fue en el ejercicio de construir la voz de un hombre homosexual en tu novela ‘Melodrama’?

J.F.: En Melodrama el caso fue diferente porque, primero, yo estaba inspirado en una historia real. Y yo como que pude averiguar un poco sobre este personaje, Vidal, el protagonista de la novela. Pero fíjate que es curioso porque, es un personaje masculino, pero yo lo estoy dotando de unos elementos femeninos en la historia. La homosexualidad y ciertas cosas de lo femenino que fueron importantes para enriquecer este personaje. A lo largo de la investigación yo sentía que este personaje más que una condición de homosexual, lo que había aprendido de la vida era que su belleza física podía llevarlo muy lejos. Sin importar cómo podía explotar esa belleza: con las mujeres o los hombres. La misma vida lo fue llevando a que fuera con los hombres donde podía encontrar mayor lucro. Y por eso tiene ese tipo de comportamiento que es claramente homosexual. Sin embargo, a lo largo de la historia no me atrevo a definirlo ni a cualificarlo como una persona homosexual. Creo que es una persona muy sexual, muy sensual, que sabe que esas son herramientas que le ha dado la vida para llegar muy lejos. Pero más que eso, lo que yo me cuestiono ahí es que la belleza sí tiene un precio. Y este muchacho lo paga caro.

CDG: Si partimos de la idea de que los personajes son atributos, ¿cómo piensas tus personajes en ese sentido? ¿Cómo los vas construyendo?

J.F.: En un proceso de escritura todo se basa en una prueba de ensayo y el error. Probar es ir acercándome, ir encontrándolo. Por ejemplo, si tengo una idea vaga del personaje, pero no muy clara, es como alguien a quien apenas estoy conociendo, alguien que apenas me presentan: Hola, ¿cómo estás? Me llamo tal.  Tengo que comenzar a escribir la historia y con la misma historia irlo conociendo. A veces la misma historia me va dando herramientas para irlo redondeando. Por situaciones que pasan, por su relación con otros personajes, o por algo ajeno a la misma escritura que de pronto puedo percibir yo en la realidad, o en algo o en alguien que me puede servir para nutrir un personaje. Y eso es algo que no sabes a dónde te va a llevar. Por eso siempre que termino una historia, cuando llego al punto final vuelvo a empezar a transcribirla. Yo transcribo todas mis historias, obviamente no de una manera mecánica, sino porque ya hacia el final de la historia conozco mucho más al personaje, entonces ya puedo retomar esa escritura con esos elementos y darles un perfil más concreto.

Por ejemplo, en el mismo ‘Melodrama’ hay un personaje, una mujer serbia, (Ilinka), que yo la tenía para que apareciera solo un par de párrafos, no más. Pues la serbia terminó quedándose hasta el final, desde el momento en que aparece. Yo eso no me lo esperaba, pero vi que el personaje principal, Vidal, quedó encantado con esta mujer y que eran compatibles y que tenían una buena relación y dije por qué no seguirla explorando. Y así me ha pasado con muchos personajes. Creo que mis novelas son sobre todo novelas de personajes; claro hay historias, hay hechos, pero para mí es importantísimo pensar que el personaje tiene que estar sólido, tiene que ser creíble, y eso tiene que ver con la convivencia con el personaje.  Yo me demoro mucho escribiendo las historias, un promedio de cuatro años por novela. En esos cuatro años estás viviendo con el personaje. Vivo con ellos, duermo con ellos, los llevo en el carro, nos vamos caminando. Y aprendes a conocerlos. Y, lo peor, incluso, es cuando terminas, porque yo los extraño. Me hacen falta.

CDG: Tus obras han sido llevadas al cine y a la televisión. Además, estudiaste cine. ¿Cómo entiendes el proceso de adaptación de un formato a otro?

J.F.: Yo vengo del cine también, así que conozco esas herramientas que tiene el cine para contarse. Sé que son muy diferentes a las de la literatura, a pesar de que comparten un mismo propósito que es contar una historia. A veces coinciden en algunas, pero la mayoría de las veces cada una tiene que utilizar herramientas diferentes. Entonces, soy muy consciente de eso. Lo que me permite ser muy desapegado del producto literario. Es decir, yo sé que si alguien quiere adaptar una obra mía, pues tiene que reinventar la historia. Contarla con otra mirada. Contarla con otras herramientas porque las de la literatura son otras. Lo que yo quise decir con el libro ahí está, está a salvo, y ya lo otro son interpretaciones de esa misma historia. Lo que siempre otorgo es mucha libertad a la persona que lo va a adaptar. Les digo siempre que hay total libertad. Yo creo que lo importante es que traspasen el alma de la historia, de la novela. Es decir, si ‘Rosario tijeras’ es para mí, ante todo, una historia de amor, pues yo quiero que eso que cuenten en el cine, en la televisión, sea una historia de amor. Si la quieren contar en México, en Rusia, en Japón, donde la quieran contar, me tiene sin cuidado.  Y, por supuesto, también hay formatos que implican que yo deba tener mucho más desprendimiento de la historia original. Cuando te dicen, vamos a hacer una serie de televisión de 60 horas, pues yo sé que mi historia se cuenta en hora y media, y pues que las otras cincuenta y tantas horas van a ser invención de los libretistas.

También soy consciente de que otras formas de contar la historia, sea cine, televisión, teatro, o música le abren la puerta al libro y eso es importante, porque de todas maneras dentro de todas estas artes, tal vez la que menos seguidores tiene es la literatura. Se lee poco en nuestro país. Entonces aprovecho la televisión que abre más puertas, el cine abre puertas, la música. Creo que se complementan, además, porque estoy plenamente convencido de que en todas las artes hay vasos comunicantes. Todas las artes se comunican, ¿no? nosotros los escritores estamos constantemente viendo cine, viendo muestras de pinturas, mil cosas.

CDG: ¿Crees que tus novelas pueden ser un vehículo para la construcción de memoria de Medellín?

J.F.: Espero que sí. Y, de hecho, ‘Rosario tijeras’, que es una historia que tiene 20 años de haber sido publicada, yo recuerdo los primeros efectos que tuvo la lectura. Generaba una mirada hacia algo que no se había mirado antes, que era la participación de la mujer en el narcotráfico. Pero, sobre todo, la mujer joven, la mujer que nace con bajos recursos, la mujer que tiene que abrirse caminos a punta de violencia, y que primero ha sido violentada. Creo que, en ese sentido, se dio una luz a mirar una realidad desde otra perspectiva. Y también lo noté, en las lecturas que se hacían fuera de Colombia. Sobre todo en los países desarrollados, en donde hay una mirada establecida sobre cuál es el problema del narcotráfico en Colombia, y siempre se asocia a la figura de Escobar, de mafiosos y capos de la droga. Pero ignoraban que, detrás de esa historia, había un drama de jóvenes grandísimo, que quienes estaban poniendo la sangre en esta historia eran los jóvenes de Medellín. Cosas como esas se ignoraban por fuera, y yo creo que esto permitió echarle una mirada.

CDG: Se habla de una trilogía de Medellín, ¿es real? ¿Fue casual o cómo ocurrió?

J.F.: Fue algo accidental. Algún día, cuando estaba escribiendo ‘El cielo a tiros’, mi última novela, sentía que lo que estaba escribiendo era como la resaca de una fiesta. Y yo sentía que esa fiesta había sido ‘Rosario Tijeras’, una fiesta muy colombiana. Una fiesta loca, llena de excesos, de muertos de droga.  Contar lo que había pasado 20 años después, era como contar la resaca. Y alguien me hizo también ver que ‘El mundo de afuera’ era una novela previa a la fiesta. Era el Medellín idílico, donde supuestamente no pasaba nada. Pero es ese Medellín de la transición, ¿no? Como ya comienzan a sentirse pasos de animal grande, de que algo fuerte viene, que va a llegar. Y entonces, aunque no la hice de manera ordenada y no fue mi intención, sí creo que con ´Rosario Tijeras’, ‘El Mundo de Afuera’  y ‘El Cielo a Tiros’, se puede formar una idea de un Medellín antes, con el narcotráfico y después del narcotráfico.

CDG: ¿Crees que llegará el día en el que querrás mirar hacia otro y buscarás otro horizonte para contar?

J.F.: Yo he peleado mucho conmigo mismo para ponerme retos y, por ejemplo, he intentado contar historias que no tenga nada que ver con Medellín, que sean ambientadas en otro lado. De hecho, como llevo tantos años en Bogotá, siempre me mantengo a la espera de que la misma ciudad me llame a contar una historia que suceda allí. Pero cuando comienzo a narrar, la misma historia me va pidiendo la geografía, las calles, el voceo, la forma de hablar. Y cuando peleo no tiene nada que ver con mi relación con la ciudad, porque está bien. Sino más bien como un reto literario, un ejercicio literario. ¿Cómo sonaría una historia mía que no fuera contada en Medellín? En esas ando incluso ahora, buscando tema, buscando un poco cómo contar una historia que no sea allí, pero más como un reto literario. Sin embargo, tampoco ya peleo con eso. Si ahí me siento cómodo y ese va a ser el lugar, pues ahí seguiré contando. Yo creo que uno de todas maneras tiene que sentir confianza en lo que escribe, y si esa confianza te la da el volver a recorrer tu ciudad, recrear tu ciudad en tus historias, no hay ningún lío con hacerlo.

CDG: Podrías recomendarnos tres libros.

J.F.: Últimamente he leído muchas mujeres. Hay tres colombianas que son muy buenas narradoras: Pilar Quintana, con un libro maravilloso, su última novela, que se llama ‘La Perra’. Paola Guevara tiene una novela que se llama ‘Horóscopo’, que es una novela muy bien escrita, sobre el mundo periodístico, divertida. Y una novela interesante de Marta Orrantia, que se llama ‘Mañana no te presentes’, sobre la toma del Palacio de Justicia, visto desde adentro, de la voz de una guerrillera que participó. Yo creo que la literatura escrita por mujeres en Colombia es muy potente, hay que leerlas.