Aprendió a leer a los 3 años. De adolescente, trabajó en una librería. En esa época, un Jorge Luis Borges ya afectado por la ceguera, escuchó su voz y lo escogió para que fuera uno de los lectores que le ayudaban a conectarse con la lectura. Ya de adulto, Alberto Manguel fue director de la Biblioteca Nacional de Argentina. Su vida entonces ha transcurrido casi que en su totalidad entre libros. Es traductor, antologista, ensayista, autor de no ficción y de novelas como El amante extremadamente puntilloso (2005), Todos los hombres son mentirosos (2008) o El regreso de Ulises (2014).

Durante su visita a Cartagena para el Hay Festival 2020, hablamos con él acerca de su relación con la lectura, su visión del lenguaje y del papel que juega la tecnología sobre la capacidad humana de hacer memoria.  

Alberto Manguel

 ESPECIAL ENTREVISTAS

HAY FESTIVAL 2020

Por: Julio César Márquez Ariza y Raúl Padrón Villafañe

CDG: En la vida de Alberto Manguel hay una figura especial que apareció cuando era muy joven, y es la de Jorge Luis Borges. ¿Cuál fue su influencia en tu escritura y en tu desarrollo como escritor?

A.M.: No es tanto una influencia como un ejemplo. Yo era lector desde muy chico y cuando tenía 14 o 15 años trabajaba en una librería de Buenos Aires y ahí Borges venía a comprar sus libros. Entonces, me pidió, como le pedía a mucha gente, venir a leerle por las noches porque estaba ciego. Y eso lo hice durante dos o tres años. Pero insisto que la elección no era por quién era yo como adolescente, sino que necesitaba una voz, le pedía a cualquier persona que estuviera por ahí. Pero para mí fue la oportunidad de ser testigo de las lecturas, los comentarios, de uno de los mayores lectores de la historia universal. Borges tenía la capacidad de desentrañar un texto y no dejarse influenciar por opiniones oficiales, por la historia de la literatura, por el prestigio de un nombre. Y entonces, comparaba un argumento de Agatha Christie con uno de Sófocles, podía pasar de comentar Joyce al Martín Fierro. Y esa generosidad intelectual, esa libertad intelectual, me dio el ejemplo que quizás yo también podía no ser el genio de Borges, pero por lo menos tener ese sentimiento de libertad que él ejemplificaba.

CDG: En ese sentido, y a propósito de que fuiste el lector de Borges por algunos años, nos preguntábamos, ¿qué magia especial tiene la lectura para que sea un tema tan predominante en tu obra?

A.M.: Yo me defino como lector. Empecé a leer cuando tenía tres años. Y el conocimiento del mundo me vino a través de la lectura. Las experiencias me vinieron mucho después. Cuando las tuve. Pero yo de niño ya sabía lo que era la aventura, lo que era la amistad, lo que era el amor, lo que era la muerte, porque mis cuentos me contaban esto. Es algo que los lectores tienen, el privilegio de conocer una experiencia antes de tenerla. Cartagena de Indias, por ejemplo, yo la conocí a través del libro de Germán Arciniegas, Biografía del Caribe, entonces, cuando vine aquí ahora por la primera vez, siento que no es una primera vez sino un retorno para comprobar si las historias que yo conocía eran verdaderas. Y a mí me sucede esto en el mundo entero. Hay ciudades, hay geografías que son marcadas por las historias que han contado sobre ellas, y también personajes que, yo reconozco, en ciertas personas. La personalidad de Sancho Panza, o Lady Macbeth, y los vemos todos los días.

CDG: Los adelantos tecnológicos nos permiten almacenar todo tipo de información, incluyendo chats y demás conversaciones virtuales, a las cuales, en su mayoría, les depara un destino efímero. Teniendo en cuenta que fuiste director de la Biblioteca Nacional de Argentina, ¿crees que pudiera tener algún valor para el futuro preservar ordenadamente las comunicaciones personales de los escritores y escritoras actuales?

A.M.: Cada tecnología tiene sus ventajas y desventajas. Desde la invención de la rueda hemos desarrollado ciertos instrumentos que nos han ayudado a hacer ciertas cosas y que nos han impedido hacer ciertas otras. Esta tecnología electrónica, si bien sirve para esa comunicación inmediata, rápida, breve, de todos los días y de todo el tiempo. Tiene la desventaja de no ser permanente. Yo cuando dirigí la Biblioteca Nacional de la Argentina, uno de los mayores problemas que teníamos era que, los archivos que pedíamos y recibíamos de pensadores y escritores eran los archivos hasta la mitad del siglo XX, porque los intelectuales a partir del siglo XXI se comunican por e-mail, por tuits y por todas esas cosas y no se preservan. Hay ciertos instrumentos electrónicos que permiten preservarlos, pero los escritores son muy haraganes. Entonces, antes, un Balzac podía escribir una novela a mano y hacer notas y ponía todo en un cajón, y luego recibía todo la Biblioteca Nacional de Francia. Pero ahora estoy seguro de que un escritor no copia ni preserva todos sus e-mails. Y entonces, cuando se convierta en el escritor más importante de Colombia no va haber ningún rastro de sus primeras comunicaciones, sus intercambios con amigos, con amantes, con colegas, y no vamos a saber nada más que lo está en la superficie del papel.

CDG: Desde niño has estado viajando mucho, por lo tanto, conoces de primera mano esa experiencia de ser migrante en cada lugar. Pero, además, escribiste un libro sobre lugares imaginarios. Entonces, queríamos saber si hay alguna diferencia entre descubrir un lugar en la ficción y descubrir un territorio desde lo real.

A.M.: Creo que el movimiento en el espacio y el movimiento en la biblioteca son impulsos contrarios. Cuando escribí con Gianni Guadalupi, el Diccionario de Lugares Imaginarios, seleccionamos en la ficción lugares que habían sido inventados y hablamos de ellos como si hubiesen sido reales.  En cambio, yo empecé a viajar desde los dos meses, y a partir de allí no he parado de viajar. Sé que somos una especie nómade, que somos por impulso migrantes. Es una mentira que los políticos quieren contarnos que pertenecemos a los límites de nuestras fronteras. Nunca hemos pertenecido a esos límites desde que nuestros antepasados cruzaron de Asia por el estrecho de Bering y bajaron. Nunca nos hemos detenido. Pero la diferencia está en que yo cuando leo y descubro lugares, esos lugares se forman coherentemente y puedo imaginar su geografía y su historia de una manera más concreta que cuando estoy en un lugar físico real. Yo no conozco nada de la Cartagena física, me llevaría una vida entera empezar a conocer quizás la ciudad, los habitantes, la historia personal, lo que se quiere contar, lo que se oculta, qué se come, cómo se visten, qué música escuchan. En cambio, en una novela, si la novela está bien escrita, todo eso está dado y tengo un conocimiento mucho más profundo del País de la Maravillas de Alicia que de Colombia, en donde he estado muchas veces.

CDG: También sueles hablar mucho sobre el libro y su relación con la memoria. En este momento, ¿cómo ves ese asunto de la memoria y su relación con la escritura? 

A.M.: La invención de la escritura hace cinco mil años significó, por un lado, la posibilidad de evitar los obstáculos del tiempo y del espacio. Hay una carta, por ejemplo, de hace unos cuatro mil años, donde un sumerio escribe: he recibido tu carta hoy y es como si te viese físicamente y pudiese abrazarte. Entonces, está la conciencia de que la escritura permite ese reconocimiento presencial. Pero al mismo tiempo, la memoria se delega al texto escrito. Las sociedades orales tienen culturas donde el elemento esencial es la memoria. Porque la memoria no solamente preserva, sino que traduce, agrega, comenta. Pasa la experiencia de una sociedad de una generación a otra. En cambio, a partir de la invención de la escritura, esa experiencia se delega a la página escrita, y ahora a la pantalla. Así, el esfuerzo de memoria que tenemos que hacer es mucho menos. Vamos perdiendo esa calidad. Por ejemplo, en la edad media, en el renacimiento había técnicas nemotécnicas importantísimas. Donde se construían edificios en la mente donde se albergaba lo que uno quería recordar y en qué sentido. Uno podía recordar muchísimo. En mi generación, cuando yo era niño, teníamos que aprender poemas de memoria, y estoy muy agradecido con eso, porque en los pocos momentos que no tengo un libro, esa memoria me sirve para buscar esos textos y dármelos sin tenerlo físicamente. Volver a ellos.

Ahora bien, en este momento, como delegamos todo a la memoria, incluso las actividades físicas, estamos perdiendo esa capacidad. Tenemos memoria, es decir, el atesoramiento de información en una máquina. Pero no sabemos recordar. Y eso se manifiesta de mil maneras. Por ejemplo, el renacimiento de las ideas fascistas en este momento, los neonazis en Europa, las sociedades de blancos puros en Estado Unidos son el fruto de la falta de memoria. Es como si la segunda Guerra Mundial no hubiese existido nunca, como si la esclavitud en Estados Unidos no hubiese existido nunca, como si las tiranías de América Latina no hubiesen existido nunca. Y volvemos a una suerte de populismo infantilizante que es el fruto de la falta de memoria.

 

Todos los escritores, desde siempre, de Homero hasta hoy, Dante, Shakespeare, Cervantes, todos trabajaban con ese lenguaje que cambiaba. No decían no voy a utilizar estos giros que se hablan porque yo quiero escribir con un lenguaje puro. Son solamente los políticos y ciertos retóricos quienes deciden desinfectar el lenguaje. Pero un lenguaje desinfectado muere, no tiene presencia.

 

CDG: Pero qué ha pasado entonces, cuando los estantes están llenos de libros, pero no los estamos leyendo. Es como si hubiésemos perdido la conexión. Como si no nos estuvieran seduciendo.

A.M.: Sí, hemos perdido porque si quisiéramos ahora recordar un texto, buscaríamos en internet, en google, y tendríamos el texto. Y confiamos en ese texto que aparece ahí y que muchas veces es incorrecto. En cambio, si tuviésemos que hacer el esfuerzo de ir a la biblioteca, participaríamos de la búsqueda del texto, veríamos el texto en el contexto de otros textos. Un autor no escribe un texto al vacío, pero el internet hace ver como que sí, como si esos textos existieran en el vacío, no están rodeados de nada. O están rodeados de absurdos. Si buscamos Chateaubriand, va a parecer el escritor francés, pero también va a aparecer el filete a la chateaubriand.

Yo creo que, tenemos que darle la fuerza y la utilidad al instrumento electrónico que este merece. Hemos inventado un instrumento fabuloso que junta calidades de visión, de oído, de imagen, de movimiento, y en lugar de aprovechar esto para incitarnos a recordar más, a trabajar más, a recordar más, a crear más, nos hemos vuelto muy haraganes frente a ese instrumento y es como si hubiésemos inventado un automóvil tan perfecto que podemos tenerlo ahí afuera de la casa todo el tiempo y entonces los músculos de las piernas se atrofian, porque salimos de la cama y está ahí el automóvil, nos lleva a la mesa a desayunar, nos llevar al trabajo y así sucesivamente. Tenemos que hacer el esfuerzo de recuperar nuestras propias habilidades, y darle el prestigio que se merece la dificultad. La historia humana es la historia de sobrellevar dificultades, y a través de esas dificultades encontrar el placer. Ahora, el concepto de la dificultad como una virtud no existe. Todo tiene que ser fácil y rápido. Y la lectura es difícil y es lenta, y nadie va a vender algo diciendo: mira, compra esto, es difícil y lento, pero vas a sentir placer.

CDG: Las tecnologías de las que hemos hablado también han afectado el lenguaje y la forma en la que hablamos. ¿Cómo ves estos cambios?

A.M.: El lenguaje es una criatura viva. Mientras sobrevivamos, sobrevivirá el lenguaje porque es nuestro instrumento de comunicación. Y el lenguaje es afectado por muchas fuerzas exteriores, culturales, políticas, emocionales. Cuando el lenguaje cambia ciertas palabras, abrevia ciertas palabras, cambia reglas gramaticales, no significa un empobrecimiento del lenguaje, significa que el lenguaje está cambiando. Y siempre está cambiando. Por más que las academias de la lengua quieran preservarlo de alguna manera. Y el lenguaje se contamina de otros lenguajes. Entonces, nosotros ahora podemos decir que estamos enriquecidos o infectados de vocablos ingleses, pero es así. Es como si quisiésemos preservar la sangre pura, pero no se puede. Nos hemos cruzado demasiadas veces. Entonces, lo que sí podemos hacer es encontrar fuerza en esos cambios. Todos los escritores desde siempre, de Homero hasta hoy, Dante, Shakespeare, Cervantes, todos trabajaban con ese lenguaje que cambiaba. No decían no voy a utilizar estos giros que se hablan porque yo quiero escribir con un lenguaje puro. Son solamente los políticos y ciertos retóricos quienes deciden desinfectar el lenguaje. Pero un lenguaje desinfectado muere, no tiene presencia.

CDG: Podría recomendarnos tres autoras o autores que sean, desde tu visión, libros imperdibles.

A.M.: Yo creo que uno de los libros esenciales que todos deben leer en esto momento es Los niños perdidos de Valeria Luiselli. Porque mientras que usted y yo estamos hablando aquí en la mesa, yo estoy tomándome un café, hay miles de niños detenidos en un campo de concentración en Texas, en lo que se supone es una democracia. Que están siendo traumatizados, violados, pasan hambre, se les está quitando la infancia. Y si bien la comparación con la Alemania Nazi no está permitida, son campos de concentración, no lo llamemos de otra forma. Nuestra generación, menos la de usted que la mía, va a ser conocida como la generación que permitió crear, en tiempos de paz, campos de concentración para niños. Ese libro es de lectura obligatoria.

Un libro muy entretenido, de un autor argentino muy bueno, es La Vida Imposible del escritor Eduardo Berti. Es una visión más optimista del mundo porque debemos tenerla.

La ganadora del premio nobel, Olga Tokarczuk, tiene un libro que en inglés se llama Flights, no sé si en castellano se llama fugas, pero es una maravilla. Es un libro inteligente, delicioso, que da a pensar, con profundidad política, filosófica, con una estructura muy original y encantadora.

 

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