El hecho de violencia ocurrido el pasado sábado en Cartagena, en el que individuos motorizados ultimaran a tres miembros de la policía y en el que también resultaran muertos dos delincuentes, no sólo es lamentable, por el gran dolor que aqueja a las familias de los difuntos, sino porque la magnitud de la violencia desplegada y la completa falta de escrúpulos que demostraron los atacantes, es la gota que derrama el vaso en cuanto a la crisis de inseguridad que atraviesa la absurdamente llamada “fantástica”.

La violencia en Cartagena es un monstruo que de cachorro pasó a gigante. Su tamaño hoy se ha extendido a cada rincón de la ciudad, cada día le crecen nuevas patas, más cabezas y se le multiplican los brazos.

La violencia en Cartagena es un monstruo que de cachorro pasó a gigante. Su tamaño hoy se ha extendido a cada rincón de la ciudad, cada día le crecen nuevas patas, más cabezas y se le multiplican los brazos. En cada una de sus cientos de garras empuña un arma que está dispuesto a accionar en cualquier dirección, a mansalva, caiga quien caiga. El monstruo de la violencia en Cartagena tiene ojos hasta en la espalda, pero poco le interesa identificar a sus víctimas, su placer está en cargarse a tiros a cualquiera que se le atraviese, a cualquiera que se interponga en su objetivo de ser el capo del crimen, el amo de la barbarie, el señor matanza.

En principio se creyó que los hechos del sábado obedecían a que los delincuentes habían disparado a los uniformados para no dejarse registrar en un puesto de control en la intersección de la avenida Pedro Romero y La Cordialidad, sin embargo, ayer, la Policía Metropolitana, comandada por el general Carlos Ernesto Rodríguez Cortés, señaló que probablemente el ataque responde a retaliaciones de la banda criminal Clan de los Úsuga, por la muerte de uno de sus cabecillas la semana pasada, los golpes contundentes al microtráfico y el decomiso de casi 15 toneladas de cocaína en los últimos seis meses.

El color rojo de la noticia pasa entonces de pardo a oscuro, bien oscuro. Nos confirma lo que ya sabemos pero que por años las autoridades de la ciudad han preferido actuar como si no fuera cierto; el crimen en Cartagena se ha convertido en una universidad de la que a diario se gradúan jóvenes profesionalizados para el asesinato y otros crímenes. El grado de sevicia demostrado el sábado por quienes atacaron a unos policías que no estaban en posición de defensa, sino llevando a cabo un operativo de carretera rutinario, asusta, aterroriza, hace pensar que no hay un lugar en toda Cartagena donde esconderse de los tentáculos del monstruo de la violencia.

Y el monstruo sigue creciendo cada día puesto que siempre tiene a mano grandes cantidades de su mejor alimento, ese revoltijo espeso y maloliente de miseria, desigualdad y decepción que consigue en la esquina de cualquier barrio, con el que se nutre y del que nutre a sus estudiantes para que sean cada día más hábiles en la labor de repartir el miedo y la muerte. Informó El Universal que uno de los supuestos sicarios, identificado como Eduardo Ávila Romero, muerto ayer en un centro asistencial luego de ser herido por la policía, habría confesado que la banda criminal les pagó para que asesinaran a los uniformados 2 millones de pesos por la cabeza de cada efectivo.

Tras un consejo extraordinario de seguridad, el alcalde de Cartagena, Manuel Vicente Duque, declaró que como medida contundente para arrinconar al monstruo, militarizaría la ciudad, reforzando el patrullaje en las calles con efectivos de la Infantería de Marina, porque cree que así mantendrá a la bestia a raya. Que alguien le diga a Manolo que el truco para al menos apaciguar un poco al monstruo de la violencia no es intentar acorralarlo con un ejército; él también tiene su ejército y así como supuestamente les envía a atacar policías en un retén, podría ordenarles que se enfrenten a los soldados. Y ahí sí, sálvese quien pueda en una ciudad donde autoridades y delincuentes se enfrentan para ver quién infunde más miedo, quién tiene la sangre más fría a la hora de disparar.

La estrategia para debilitar al monstruo de la violencia no es con más violencia, es a través de una profunda intervención social para despojarlo de su alimento.

La estrategia para debilitar al monstruo de la violencia no es con más violencia, es a través de una profunda intervención social para despojarlo de su alimento. Sólo erradicando la miseria, la desigualdad y la decepción en la que viven los que se ganan la vida al servicio del monstruo, se empezaría a reducir su tamaño, hasta que un día sea tan pequeño que puedan neutralizarlo. De lo contrario, mientras la violencia en la ciudad siga teniendo cómo alimentarse, tendrá brío suficiente para enfrentar cualquier medida militar con la que pretendan aplacarla.

Intervención social profunda y urgente es lo que necesita la que quienes prefieren fijarse sólo en sus apariencias llaman “fantástica”; si no es así, hasta los más ilusos llamarán a Cartagena por el apodo que la cruel realidad le ha puesto: Cartagena, la Violentástica.