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Sektor 5

 “El cielo y el infierno 

se han unido esta noche

para presenciar

para contemplar

el más obsceno acto

de euforia terrenal”.

Fragmento de Destrucción Organizada de Sektor 5

            La historia del rock es también la historia del pez grande que se come al más chico. Discográficas, emisoras y canales de televisión son comprados por empresas más grandes que a su vez son devoradas por multimedios. Al mismo tiempo, estos multimedios son absorbidos por holdings que al final llegan a tener más poder económico que naciones enteras. En esta despiadada cadena alimenticia, los artistas se convierten en sardinas insignificantes. Los que quieren garantizar su status económico sacrifican sus principios. Los rebeldes son expulsados del paraíso.

Cuando a un rockero se le encomienda escribir sobre rock, lo que se espera es una defensa apasionada del género. De esa manera, cuando otros rockeros lo lean, podrán confirmar sus propios sentimientos entre anécdota y anécdota, fortaleciendo así su fidelidad a una banda o embriagándose en un sentido de pertenencia al grupo mientras se rememora algún mega-festival o acaso un simple toque de garage. Pero a estas alturas de mi vida puedo declarar con total libertad que estoy lejos de considerarme rockero, ya que ni siquiera tengo claro lo que es el rock y, como dijo Nietzsche, “No miente tan sólo aquel que habla en contra de lo que sabe, sino ante todo aquel que habla en contra de lo que no sabe”.

Sin embargo, mi actitud no fue siempre la de ahora. Antes, en mi adolescencia, era rockero. Andaba como rockero, me peinaba como rockero, hablaba como rockero y hasta sufría como rockero. Tenía un mejor amigo que también era rockero con el que intercambiaba música y fumaba cigarrillos. Pasábamos tardes enteras mirando videos de nuestras bandas favoritas casi sin cruzar palabra. Cuando había un toque nos preparábamos mentalmente toda la semana. Pogueábamos como si no hubiera mañana.

El 5 de septiembre de 1997 llegó a Cartagena Radioaktiva Planeta Rock. Una emisora con un formato de puro rock. Programas como Sobredosis, Radio Pirata, Lo menos peor y Domingos de resurrección, fueron importantes estímulos para todas las almas sedientas de una música que no fuera la tropical. Si dios existiera, me atrevería a decir que ésta habría sido una de sus bendiciones. Pero no duró mucho. Un par de años más tarde la transmisión se limitó a Bogotá y Medellín, ya que la población rockera de la costa no era rentable.

Radioaktiva siempre perteneció a Caracol Radio. En ese momento Caracol Radio era del Grupo Empresarial Bavaria, cuyo principal accionista era el multimillonario Julio Mario Santo Domingo. En 1999 el grupo PRISA, de España, adquirió parte de las acciones de la emisora, pero en el 2003 decidió quedarse con el pastel completo. Ahora Caracol Radio es uno de los tentáculos del grupo PRISA.

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Pero yo era un adolescente y mi angustia tenía como origen el simple hecho de existir. En el colegio me enseñaban a ser obediente. Orábamos siete veces al día y nos confesábamos cada semana. Eso me traumatizaba tanto como el mal aliento de mis profesores, quienes en algún momento me deslizaron la pregunta de si pertenecía a alguna secta satánica. Sumado a eso contaba con un elevado grado de acné. Cuando tu ropa se mancha de sangre por culpa de los granos y ni siquiera puedes apoyar la espalda, tu última preocupación son los multimedios que controlan las emisoras. Con Jota, mi mejor amigo rockero, asistíamos a todos los toques que podíamos, pero no era suficiente. Nos faltaba algo y, si bien no sabíamos qué era, estaba seguro que lo necesitábamos con urgencia.

Mi mundo se dividía en dos, la casa y el colegio. Del segundo puedo agregar que fue una pérdida de tiempo. Dejé de estudiar en quinto de primaria y gané cada año despistando a los profesores. No fue fácil, pero mis compañeros me cubrieron. Volver a casa con música nueva era mi único objetivo. Allí mis padres estaban ocupados injuriándose y yo trataba de no tener mayor contacto con ellos. Como muchos adolescentes, hice de mi sofocante y oscura habitación, una guarida.

Cuando MTV pasaba sólo música y no reality shows de payasos en bikini, el mundo era un lugar más agradable. En ese tiempo yo era un cazador cuyas presas eran los videoclips, los conciertos, las entrevistas y las versiones acústicas. Si algún canal que yo no tenía transmitía algo interesante, me desplazaba a la casa de cualquier inocente para hacer mi trabajo. Grabar videos era mi obsesión.

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En mi habitación el ritual era sencillo: encender el equipo de sonido, la videograbadora y el televisor. La cinta de VHS en modo EP permitía seis horas de grabación. En poco tiempo me convertí en el mayor coleccionista de videos de música entre mis amigos y mi cuarto era mi centro de operaciones.

Era 1999 y yo tenía quince años. Mis calificaciones en el colegio iban de mal en peor y eso me preocupaba. Pero en Julio se celebraría Woodstock. Más de cien bandas en vivo. Un suceso histórico en la historia de la humanidad. Todos los exámenes se volvían una banalidad al lado de un evento tan importante. Yo no estaba en New York, pero no lo necesitaba. Me bastaba con la televisión por cable.

Aparte de Jota, tenía otro amigo llamado Billy que tocaba la guitarra eléctrica. A veces no teníamos mejor plan que ir a su casa a verlo tocar en calzoncillos. El selecto público estaba compuesto por Jota, los cuatro pinscher de Billy y yo. Jota a veces cantaba y otras veces emitía alaridos. Yo quería tocar la guitarra como Billy, pero no se me daba muy bien. A Jota nunca le interesó tocar ningún instrumento. En cambio, sabía decorar muy bien las portadas de los cassettes grabados.

Por esos días, una prima que vivía cerca, me contó que un viejo y famoso acordeonista de vallenato se había mudado un apartamento arriba del suyo y tenía un hijo rockero que debía conocer. Se llamaba Rodrigo Ricardo. La primera vez que fue a mi guarida, llevó unos CDs de 311. Dijo que era la mejor banda del mundo. Siempre decía cosas como esa. También afirmó que en Bogotá tocaba la batería en una banda, pero Jota y yo no le creímos.

Billy nos llevó a conocer a El Tatis. Decía que era su primo de crianza. El Tatis hacía tatuajes y dibujos hiperrealistas.  Tenía una Stratocaster con la que hacía solos de hard rock y metal mientras contaba anécdotas graciosas. Todavía recuerdo una sobre una chica a la que le hizo un tatuaje en el culo. Al parecer estaban en la casa de ella y llegó el marido, quien era un militar con problemas de celos. El Tatis y su ayudante tuvieron que arreglárselas para escapar por el balcón.

Esa era mi pandilla. De todos, yo era el menor y el único que aún iba al colegio. A veces jodíamos con formar una banda de rock, pero lo veía como una idea muy lejana. Lo único que tocaba en la guitarra era el comienzo de Love Buzz y, cada vez que lo hacía, me equivocaba. Además, no teníamos batería. Este instrumento, al ser tan costoso, tiende a ser el principal obstáculo para armar una banda.

Una noche, mientras mis cuatro camaradas y yo caminábamos sin rumbo definido por el barrio, ocurrió algo que no estaba en el libreto: una batería nos cayó del cielo. Rodrigo Lecompte, un amigo baterista, nos hizo una jugosa oferta por su vieja Pro Beat. Si no aprovechábamos esa oportunidad, merecíamos ser descuartizados. Una semana más tarde ya éramos una banda.

Nos repartimos los instrumentos de acuerdo a nuestras destrezas. Billy y El Tatis eran los que mejor tocaban la guitarra, así que serían los guitarristas. Rodrigo Ricardo quería cantar, pero por haber mencionado su experiencia en Bogotá, quedó sentenciado a la batería. Jota tenía su lugar asegurado como voz líder. Y yo, por descarte, quedé como bajista.

Decidimos llamarnos Sektor 5. El nombre no significaba una mierda. Salió de una calcomanía que tenía El Tatis en su guitarra. Creo que era una marca de tablas de surf o algo así. Era “Sector” y otro número. Nosotros cambiamos la “c” por una “k” y como éramos cinco, le agregamos esa cifra. Duramos un año, de septiembre de 1999 a septiembre del 2000, pero fuimos testigos y cómplices de una verdadera escena rockera en Cartagena. En ese momento la ciudad comenzó a experimentar una ebullición de bandas de diferentes géneros y el público era capaz de movilizarse hasta cualquier antro para saciar su apetito de conciertos.

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Destrucción organizada

Durante los primeros cinco meses tocamos covers de Sepultura, Korn, Slayer, Deftones, Coal Chamber y algunas otras bandas. Una selección tan heterogénea como nuestras propias influencias.  Luego decidimos dejar de presentarnos en público para concentrarnos en la exploración de un sonido propio. El Tatis resultó ser una persona muy organizada y asumió el liderazgo del grupo. Poner de acuerdo a cinco mentes tan inquietas no era tarea fácil. Poco a poco fuimos asumiendo roles y estableciendo metodologías para componer. Si no quedan muchos registros de la banda es porque las catástrofes naturales y la censura eliminaron los rastros. Eso y que casi no había estudios de grabación en la ciudad.

A pesar de ser tan jóvenes sabíamos que nuestro deber era seducir a la audiencia de la misma manera que lo hace un amante, un líder político o un predicador religioso. Al repetir frases en el tono adecuado, garantizábamos cierto nivel de violencia en nuestros conciertos. Un gran pogo era nuestra única ganancia.

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Nuestro público estaba conformado por adolescentes oprimidos en una sociedad clasista y colonial en la que la moral judeocristiana regula la conducta. Sumado a eso padecíamos las crisis económicas y emocionales propias de esa edad.  Todos estos factores garantizaban un caldo de cultivo para una celebración de la violencia. Sabíamos que el pogo era la ceremonia rockera por excelencia. Nosotros bautizamos a ese fenómeno, “Destrucción organizada”. Pretendíamos que la canción que llevaba ese título fuera un himno para los que estábamos hartos de todo. Y durante un breve tiempo lo fue, al menos para nosotros.

El año de Sektor 5 fue el año del rock en Cartagena. Si en algún momento pudo hablarse de una escena local fue en ese momento. Para nosotros no existió ni Youtube ni redes sociales, pero sí una pasión genuina que no conocía de algoritmos. Mucha gente no lo sabe, pero las bandas de esa época fueron un ejemplo de cooperación. No teníamos emisoras ni políticas culturales que nos respaldaran, pero contábamos con nuestra creatividad y pasión. En ocasiones se organizaban ensayos y sesiones de improvisación con otras bandas que tocaban géneros muy distintos entre sí. Puedo mencionar a Emex, Karma, Borjch, Dual, X-Way, Sinagoga o Neurona. Literalmente se había formado un gran enjambre y la escena del rock no se limitaba únicamente a los conciertos.

Nuestras composiciones nunca fueron grabadas. No sé exactamente si lo que hacíamos era rock, porque rapeábamos. No sé si era hardcore, porque muchos de los ritmos reflejaban influencias caribeñas. No sé si era metal porque usábamos distorsionadores Death Metal pero también reverberaciones y efectos procesados comparables a los del techno más experimental. De lo que sí estoy seguro es del contenido antihegemónico de nuestras letras. Además de Destrucción organizada, ejemplo de eso fueron canciones como Andrecito (dirigida al entonces presidente Andrés Pastrana), Lamento ancestral (cuyo tema central era el etnocidio colonialista) y Rabia (en la que apuntábamos contra la oligarquía colombiana). Largos procesos de creación propiciaron diálogos que decantaron en un despertar político. Por primera vez en nuestra vida comenzamos a mirar a nuestro alrededor. Fuimos conscientes del momento y el lugar en el que estábamos. Los diálogos del Caguán eran televisados mientras nosotros afinábamos nuestros instrumentos. Vivíamos en un país en guerra.

El último toque de Sektor 5 fue el 23 de septiembre del año 2000 en el club Marlin Plaza. Fue una fecha legendaria para la historia del rock en Cartagena. Tocamos por única vez nuestras composiciones. Jota había dejado la banda y nuestro nuevo vocalista era el ex bajista de Borjch, William González. Esa noche se cortó la energía eléctrica en cierto momento y Dimitri Rhenals, baterista de Dual y quien asistía como espectador, se subió a una batería e hizo un solo de casi veinticinco minutos en completa oscuridad. Algunos de los asistentes, para combatir el calor, terminaron en ropa interior o bañándose en las piscinas del club. También se presentó por primera vez una banda nueva que llegaría a ser ejemplo de constancia creativa durante muchos años más: Subterfugio.

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Ya pasaron más de veinte años desde entonces. Lo que siguió después fue un limbo. La estela reverberativa de una generación que se pensó rockera, que se sintió rockera, que creó su propia escena y la vivió. Pero Cartagena de Indias se volvió un lugar distinto. La gentrificación y el saqueo a la ciudad también hicieron estragos en los lugares en los que el rock circulaba. Lo de después es una fotocopia turística con página en Facebook y cerveza cara. Surgieron bandas con auténticas propuestas sonoras y conceptuales. Pero siempre casos aislados. Patadas de ahogado en un mar de dispositivos electrónicos donde el mainstream es la voz que más se oye.

Si la rebeldía que caracteriza al rock en Cartagena está orientada a diferenciarse de “lo caribeño”, me pregunto entonces cuáles son los valores culturales que defiende. Para averiguarlo, lo primero que tendría que generarse son circuitos de intercambio simbólico. Para eso es necesario que los músicos los creen. Sólo mediante la cooperación, las acciones serán más eficientes.

Yo ya no soy ese chico de quince años que aprovechaba las clases del colegio para escribir canciones. A la mayoría de los de aquella época no los volví a ver. Muchos siguieron otros caminos distintos a la música y algunos ya no están entre nosotros. Pero como de todos los viajes algo queda, de Sektor 5 conservo una familia y un sentimiento de lealtad inalterable a pesar del tiempo. Y si bien no tengo una respuesta que defina ese gran misterio llamado rock, de lo que sí estoy seguro es que “lo único importante es hacer buenas canciones”.

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