Estos son los pensamientos que cruzaron mi mente y mi cuerpo, mientras posaba desnudo para Spencer Tunick, el domingo pasado, en la Plaza de Bolívar de Bogotá.

Spencer Tunick Bogotá

Dinámica de poder

Hay poder en la ropa. La ropa implica clase social, estética, discurso, obediencia. Sin embargo, el poder de la ropa (o al que nos somete la ropa) no le pertenece al cuerpo. La ropa sin cuerpo es desechable, metida en una bolsa plástica abandonada en mitad de la calle no es más que basura. En cambio, el cuerpo sin ropa revela su propio poder, esa fuerza que a veces se oculta o disimula debajo de la tela. Desnudarse es vestirse de uno mismo e intensificar el propio poder, aún más, si esa desnudez ocurre en el espacio público.

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Al fin desnudos

A las 4 de la mañana del pasado 5 de junio, oculto bajo 5 capas de ropa, me preguntaba por qué a Spencer Tunick se le había ocurrido citarnos desde las 2:30 am, sabiendo que la sesión de fotos no iniciaría antes del amanecer. Entendía que se trataba de una logística compleja, sin embargo, se me ocurrió que la intención del equipo de Spencer era también generar ansiedad en los participantes, para cuando finalmente se diera la indicación de quitarse la ropa, ocurriera lo que ocurrió apenas salió el sol: la gente no se lo pensó siquiera, las prendas de los más de seis mil asistentes volaron de inmediato, en actitud de ¡al fin!

Gimnasia pasiva

Antes de quitarse la ropa, muchas personas optaron por hacer ejercicio para activar el calor del cuerpo y prepararse para la desnudez ante el frío. Algunos corrían de un lado a otro, otros brincaban o hacían aeróbicos. Una vez sin ropa, cada cuerpo activó su resistencia natural, sus mecanismos propios para equilibrar la temperatura. Las carnes temblaban como en una sesión de gimnasia pasiva, un ejercicio involuntario, como respirar. El cuerpo cuenta con mecanismos para mantener la vida, cuyo funcionamiento conoce sin que se los enseñen. Reacciones de fábrica, distintas del pudor o el miedo, que son conductas aprendidas.

Lo más difícil fue lograr el silencio

Dentro de las indicaciones recibidas con antelación por mail, estaba la de guardar silencio durante la sesión de fotos; se aclaraba que era una obra de arte, no una fiesta. Lograr que más de 6 mil personas se quitaran la ropa fue fácil, no lo fue tanto que guardaran silencio absoluto. Siempre había alguien que soltaba alguna broma, casi nunca graciosa. Quienes la escuchaban, respondían con un coro de risas. Otros gritaban ¡Viva Colombia!, ¡Mamá, mira donde estoy!, y otras arengas. El silencio absoluto costó más que la desnudez. La desnudez implica un encuentro con algo visible y conocido, es decir, el cuerpo; en cambio, el silencio implica un encuentro con algo desconocido e invisible, el espíritu. Por lo que noté aquella mañana, a esta última cita se le tiene un temor difícil de superar.

A órdenes del pintor

Spencer Tunick se toma muy en serio su labor de pintor con tintas de piel humana. Pese a que maneja buen ánimo y paciencia, no descansa hasta que la disposición de los cuerpos responde a lo que está buscando visualmente. Cada centímetro de piel es un color que él plasma en el lienzo de la foto. En vez de pincel utiliza un megáfono. Para la fotografía en la que sólo participaron los hombres, y que consistía en acostarse a lo largo de la calle décima entre carreras cuarta y primera, Spencer no vaciló en pedirle a alguien que se moviera a un sitio donde su tono lucía mejor, o incluso ordenar que un participante fuera retirado por estar saboteando. Spencer se apresura y a la vez se toma su tiempo, hasta que tiene certeza de oprimir el flash. Pese al frío en la espalda, nosotros, los colores de la foto, permanecimos muy quietos hasta que el artista se dio por satisfecho. A Spencer se le ha acusado de dictador y a los participantes se les critica por la obediencia que le demuestran. Creo que no podría ser de otra forma, se trata de una obra de arte y en este caso él es el artista y los cuerpos el material (vivo) con el que se confecciona la obra. Spencer ordena hasta conseguir la mezcla más conveniente de tonos de piel, como el poeta organiza las palabras en busca de la rima perfecta.

Spencer Tunick Bogotá 4

Instagram @caseykelbaugh

Desnudo, con frío y lejos de casa

Spencer da la orden de acostarnos sobre los adoquines helados del barrio La Candelaria, donde han cagado caballos, perros, palomas, donde han corrido las ratas. Luego de abstraerme de las incomodidades, guardé silencio y me quedé muy quieto. Me concentré en el nítido azul del cielo, un azul que nunca le había visto a Bogotá y que jamás pensé ver desde aquella posición. Mientras Spencer disparaba el flash, me sentí hecho de óleo, noble, valiente y valioso, una pincelada sin la cual el cuadro de Spencer no estaría completo.

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El cuerpo es un mapa de la vida

Vi a un hombre con el cuerpo lleno de cicatrices de quemaduras. Vi uno con displasia en el tronco. Vi a una chica con la cara desfigurada. Vi espaldas con más cicatrices, verrugas, pecas, lunares. Vi caderas con estrías, celulitis, grasa acumulada. Vi todas esas características del cuerpo que la sociedad de consumo enseña a ocultar bajo la ropa y avergonzarse de ellas, esas que prefiere que borrar digitalmente en las fotografías publicitarias. Esa mañana, estaban todas esas marcas ahí, al descubierto, convencidas de su belleza. Un artista había llegado a la ciudad a admirarlas y retratarlas. Nadie recibió un peso por posar para el lente de Tunick sin ropa, no obstante, el poder de reconocer la belleza individual y colectiva, más allá de los estándares, es ganancia suficiente y perdurable para cada uno de los participantes.

Un par de horas en el paraíso

Terminada la sesión, la nostalgia era el sentimiento común entre los participantes. Ponerse la ropa nuevamente fue como renunciar a una corta estancia en el Edén, el paraíso original. Eso sí, con la satisfacción de haberlo visitado al menos por un par de horas.

Amanecer en el cuerpo

El amanecer del 5 de junio en Bogotá marcó el amanecer en el cuerpo de 6.132 personas, un antes y un después en la historia de sus cuerpos. La vergüenza, el pudor, el miedo, son conductas aprendidas y en ocasiones difíciles de desaprender. Sin embargo, gracias al andamiaje de la obra de Spencer Tunick, ese día tuvimos la oportunidad de despojarnos de todo prejuicio, sentir una libertad que quizá desconocíamos y echar un vistazo a un estadio de la humanidad anterior a las imposiciones de la civilización. Cada borde de cada cuerpo marcó un límite a partir del cual se fusionaron entre sí y con la creación bogotana, sin que la falsa piel de la ropa se interpusiera.

Récord suramericano

El trabajo de Spencer es impresionante, no sólo a nivel artístico, también por todo el andamiaje que lo hace posible. Lo que empezó en 1992 como la idea de un artista excéntrico, hoy es respaldada y patrocinada en grande. Celebro que así sea, sabiendo que vivimos en un mundo en el que aún la desnudez es un tabú, en el que aún se asocia la contemplación del cuerpo sin ropa a algún tipo de perversión, un mundo en el que algunos restan crédito a este tipo de intenciones artísticas, catalogándolas como simple exhibicionismo. Celebro lo que ocurrió el domingo en Bogotá, en el cuerpo y la mente de 6.132 personas, la mayor convocatoria para Tunick en Suramérica. Celebro que Spencer haya venido a Colombia, un país en el que aún la libertad y la diversidad son un chiste. Celebro haber sido parte de la experiencia que hace posible Tunick, exaltar la desnudez en el espacio público, en oposición a las instituciones de lo prohibido y lo inmoral.

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