Cuando el Centro Histórico de Cartagena no tenía el enorme atractivo del que goza hoy en día, cartageneros y cartageneras de variados estratos vivían dentro del casco amurallado que tanta fama ha adquirido con el paso del tiempo. Específicamente en la Alianza Colombo Francesa giraba un mundo totalmente diferente y, hace 29 años, una historia de amor surgió entre una cartagenera y un norteamericano, gracias a los ambientes multiculturales que allí se vivían.
John Timothy Hall, en la década de los 70’, cansado de la tiranía del gobierno estadounidense ante el incesante reclutamiento de soldados para la guerra contra Vietnam, decide embarcarse rumbo a países cuyos gobiernos no tuvieran la necesidad de imponerse al de otras naciones. Latinoamérica fue el destino de John, puesto que no se encontraba aún infectada por este virus en el gentilicio.
“Mi lógica era esa, yo voy aprender otro idioma y criar a mis niños así, libres y bilingües”, dice John, explicando una de las razones principales por las que sus pies tocaron meridianos latinoamericanos. Uno de sus últimos destinos como viajero por América del Sur fue Colombia. También quería seguir perfeccionando su arte en la pintura, puesto que desde temprana edad y gracias a las enseñanzas de su padre, se dedicó a hacer retratos a la gente que le pareciera bella.
John llega a Cartagena en 1984, con la grata sorpresa de que aún era una ciudad del pueblo y para el pueblo, sin haber vivido todavía alguna gentrificación de otro grupo social. Marelvy Peña-Hall, cartagenera y con ganas de aprender idiomas, fue becaria de la Alianza para aprender francés.
En 1986, Mientras Marelvy estaba a punto de culminar sus estudios en la Alianza Colombo Francesa, John se encontraba en el mismo lugar, porque “los directores eran comunistas y humanistas, les encantaba tomar y parrandear”, dice entre risas el norteamericano. John deambulaba por los pasillos de la escuela cuando se enteró de una noticia que lo sorprendió, la Coca-Cola había cambiado su sabor original. John se encontró con dos amigas y exclamó frente a ellas su reacción: “Ya no hay nada sagrado en los Estados Unidos, acaban de cambiar el sabor de la Coca-Cola”. Él se mostraba con una expresión seria, pero solo estaba bromeando, para hacerle pensar a sus amigas que estaba perplejo con la noticia. Marelvy, quien caminaba con su vestido blanco cuando John habló, se lo quedó mirando fijamente y se refirió a él como un falto de cultura, que solo percibía ésta como algo efímero. “Hoy cuando me acuerdo de eso me da tanta risa”, dice Marelvy mientras relata su anécdota de amor.
No se volvieron a ver por un largo tiempo. Aquel extranjero que pasó por la capital de Bolívar y esa cartagenera, cruzarían miradas años más tarde. En 1989, corrían los vientos de marzo por las murallas de la ciudad, mientras John esperaba a una clienta en un bar llamado Libro Café, ubicado en ese entonces en la Calle Gastelbondo, para hacer una pintura. Esta mujer nunca apareció. En cambio, inesperadamente, una luz morena iba a cambiar su día. “Yo lo vi ahí solo y no sabía si acercármele o no, no estaba segura de que fuera él” dice Marelvy.
Cuando su piel se llenó de fuerza para acercársele, Marelvy lo saludó con entusiasmo. John, asombrado de verla, le contó su situación con displicencia. “¿Necesitas una modelo?, yo te puedo ayudar”, respondió ella sin titubear. Marelvy contaba en ese entonces con un cuerpo atlético por hacer parte de un grupo de baile, así que él aceptó complacido.
“Cuando se recogía el cabello yo veía a una mujer deslumbrante, descomplicada pero sexy, era perfecta”, cuenta John que pensó al ver a quien sería la mujer de su vida. Después de esa pintura de un desnudo, salieron por un tiempo y no fue hasta 1991 que contrajeron nupcias. 26 años de matrimonio tuvieron sus frutos, Sheila de 22 años y Teo, el consentido, de 15.
John y Marelvy viven actualmente en el Hotel Bella Vista, donde pagan un arriendo mensual para vivir ahí. Nunca se fueron para Estados Unidos porque consideran que Cartagena es un lugar maravilloso para criar y ver crecer a los hijos, ya que la gente en la costa es amable. Además, John nuca quiso que sus hijos absorbieran la forma de vida del país del norte.
“Nunca hemos sufrido de discriminación, yo me monto en un bus para llegar a mi casa con Marelvy y la gente nos queda mirando, pero de ahí a ofendernos nunca”, dice John, resaltando que la gente de Cartagena lo ha recibido como su familia. Además, él, al momento de hablar con su esposa, se refiere con ‘ajá’, una expresión común en el Caribe colombiano.
Hoy en día Marelvy es guía de turismo y John sigue complaciendo a otros con su arte. Juntos han elaborado diversos proyectos y, en unos meses, presentarán al público un libro creado por los dos, sobre la historia de Cartagena desde la llegada de los piratas, que incluirá la perspectiva histórica que tiene Marelvy como guía, e ilustraciones de John.
Ambos coinciden en algo, y es que nunca pensaron que su amor surgiría por un comentario suelto con relación al cambio de receta de la Coca-Cola o que con la conexión que tuvieron en su segundo encuentro, con la creación artística de John, Dios les estaba mostrando a la pareja con la que convivirían, en la Heroica, por el resto de sus vidas.