El pasado 27 de junio, a través del Decreto 0885, la Alcaldía de Cartagena prohibió el ingreso de comidas y bebidas a Playa Blanca, en la Isla de Barú. La Alcadía alega que la medida es necesaria para bajar los niveles de contaminación en la zona. Además se estableció el horario de 6 a.m a 6 p.m. para el turismo y se recuerda que en Playa Blanca está prohibido acampar.
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Razón tiene la Alcaldía al estar preocupada por la situación de contaminación que padece esta área protegida, teniendo en cuenta que durante las jornadas de limpieza a este lugar, el año pasado se recogieron 156 bultos de basura y este año fueron 200. Desechos recolectados tanto del área submarina como en casi un kilómetro de playa, quedando mucho por extraer, según afirmaron los encargados de esta limpieza.
Los principales desperdicios encontrados en agua y playa fueron latas de licor y botellas plásticas y de vidrio. Ante este panorama, resultaría lógica la medida tomada por la Alcaldía, pues es evidente que estos desperdicios son dejados por los visitantes cuya falta de cultura les impide recoger los empaques de las bebidas y comidas con las que llegan a disfrutar de la playa.
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Sin embargo, la medida de la Alcaldía, más que una solución al problema de contaminación que padece Playa Blanca, es una simple prohibición que estaría por comprobarse si en verdad repercute en la cantidad de basura que se arroja allí. Con relación a Playa Blanca se ha creído en esta y otras administraciones, que la prohibición es la única medida y se ha aplazado la implementación de estrategias de educación para el cuidado en esta zona, tanto a nativos como visitantes. Así mismo, ha faltado gestión para la mejora de la infraestructura del parque, para que finalmente cuente con un sistema de recolección de basuras efectivo y se mejore la situación sanitaria.
Pero en lo único que se piensa por parte de las Administraciones es en prohibir y limitar para reducir el número de visitantes, pero no en medidas para educar y ofrecerle a los visitantes una infraestructura que les permita ejercer la educación. ¿Qué pasa con las personas cuya única opción de pasar un día en Playa Blanca es ir en estos paseos de bus con olla, es decir, llevando sus propios alimentos y bebidas? ¿Queda vedado el disfrute de esta playa para quien no tenga cómo pagar un almuerzo allá?
Ir a Playa Blanca es un lujo, así sea en carro propio, es necesario pagar gasolina, peajes y parqueadero. Prohibir el ingreso de alimentos y bebidas es obligar a los visitantes a consumir lo que venden los nativos. Sabemos que no es barato y que ante la nueva demanda lo más seguro es que se aumenten los precios.
Se sabe que en Playa blanca no hay ningún tipo de servicio público o sanitario y lo mínimo es que un visitante pueda llevar una botella de agua si así lo desea. Además, los alimentos que se preparan en Playa Blanca son producto de cocinas improvisadas en un lugar que no cuenta con agua potable. Si a estas cocinas improvisadas se les exige una mayor producción, lo más probable es que esto también repercuta en la contaminación de la playa. Si deben preparar más platos, necesitarán más agua potable que no hay, y deberán armar más hornos con carbón, lo cual fomenta la contaminación del lugar.
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Prohibir es fácil, ofrecer opciones y educar no, pero aunque éste último sea un camino más complejo, es preferible para lograr resultados positivos a largo plazo.
El mensaje para las personas que visitan Playa Blanca es que ayuden a proteger este lugar paradisiaco que tenemos tan cerca de Cartagena, para que con el buen comportamiento resulten innecesarias las medidas prohibitivas y podamos todos, los que tienen para pagar un almuerzo allá y los que no, disfrutar de este atractivo natural.