Si yo fuera pastor de una iglesia cristiana, nunca me subiría al púlpito a pronunciar ante mis feligreses una sola sílaba que no estuviera acorde con el mensaje que Jesús trajo al mundo: Amar y perdonar.

Si yo fuera pastor de una iglesia cristiana, jamás incitaría a mis feligreses a juzgar a los demás por su condición sexual, por profesar una religión distinta, por apoyar el aborto o la adopción igualitaria; en cambio, les invitaría a amar al prójimo y ser tolerantes siempre.

Si yo fuera pastor de una iglesia cristiana, jamás citaría el Antiguo Testamento de manera arbitraria y amañada, para fundamentar un mensaje que invite al odio. Jamás armaría un discurso con frases descontextualizadas de la Biblia para que mis feligreses apoyen mis aspiraciones políticas o las de mis amigos.

Si yo fuera pastor de una iglesia cristiana, jamás incitaría a mis feligreses a detestar a ningún grupo insurgente, tanto, que parezca que mi discurso promueve la guerra.

Si yo fuera pastor de una iglesia cristiana, nunca les insinuaría si quiera a mis feligreses por quién votar en elecciones. Me abstendría de intervenir en su derecho al voto porque tal como enseñó Jesús, al “César lo que es del César y a Dios lo que es Dios”, es decir, política y religión no se mezclan. Mi guía sería espiritual, no política.

Si yo fuera pastor de una iglesia cristiana, jamás postearía en Facebook fotos o mensajes que inviten a mis seguidores a vivir según la palabra de algún expresidente o partido político y jamás permitiría que un expresidente subiera a la misma tarima en la que predico.

Si yo fuera pastor de una iglesia cristiana, jamás enseñaría a mis feligreses que familia sólo es la conformada por hembra y varón y que las demás son abominables; les enseñaría que el modelo de familia es aquel en el que reina el amor y el perdón, independientemente de la orientación sexual de los padres.

Si yo fuera pastor de una iglesia cristiana jamás invitaría a mis feligreses a marchar en eventos organizados por partidos políticos cuyos miembros estén involucrados en investigaciones o condenas por violencia y corrupción.

Si yo fuera pastor de una iglesia cristiana, jamás incitaría a mis feligreses a detestar a ningún grupo insurgente, tanto, que parezca que mi discurso promueve la guerra. En cambio, les enseñaría a vivir según el amor y el perdón a todo semejante y a seguir la palabra de Jesús, no para huir de algo, sino para encontrar dentro de uno mismo la tranquilidad de vivir según los principios de hermandad que él enseñó.

Si yo fuera pastor de una iglesia cristiana, jamás predicaría la humildad sabiendo que me hago rico a punta del trabajo y el dinero de mis feligreses. Viviría de los servicios que presta mi iglesia y de las donaciones voluntarias en agradecimiento por la guía espiritual que ofrezco. Jamás obligaría a mis feligreses a darme una cuota específica de sus salarios, para costearme automóviles, casas y viajes lujosos.

Si yo fuera pastor de una iglesia cristiana, jamás enseñaría a mis feligreses a vivir según normas del antiguo testamento que fueron derogadas por el nuevo mandamiento de Jesucristo: Amar al hermano como a uno mismo y perdonar a los que nos ofenden. Les indicaría que todo lo que haya en la Biblia que contradiga ese precepto, tiene valor histórico, pero no debe ser aplicado hoy, porque la obligación del cristiano es privilegiar la palabra de Cristo y él, en el Nuevo Testamento, enseñó que el mandamiento de mandamientos es el amor.

Si yo fuera pastor de una iglesia cristiana, les pediría a mis feligreses que vivieran ofreciendo y recibiendo amor y perdón; eso es lo que predicaría, nada más, si  es que en verdad quisiera honrar las enseñanzas de Jesucristo.