Hace un año intenté escribir este texto. Lo intenté mientras veía las noticias y escuchaba los testimonios. Fui en ese momento el espectador de una escena que me superaba, que me hacía sentir vulnerable, una vez más. En ese momento no pude terminarlo, eran demasiadas ideas, demasiados sentimientos encontrados. Pero cuando ha pasado un año, las ideas están un poco más claras.
La masacre ocurrida en Orlando, Florida, aquel 12 de Junio de 2016, en la discoteca Pulse, que dejó el saldo de 50 personas y al menos otras 53 heridas, es solo la punta del iceberg. Todos lamentamos ese suceso y condenamos aquel acto de violencia y homofobia, como muchos otros. Nos dolía cada una de las víctimas, y nos duele hoy el luto de las familias. Nos dolió el cubrimiento mediático que insistía en llamar este acto de homofobia, como un crimen motivado por el extremismo islámico. Como si esto último fuese más importante. Nos dolía antes y nos duele ahora ser invisibilizados, aún en un caso como éste, cuando más alto debería elevarse la bandera de nuestra lucha. Por eso, era necesario escribir.
Cuando un ataque como el de Orlando ocurre en un país que parece ser un adelantado en materia de derechos, nos preocupamos. ¿Qué nos espera a nosotros en este país del mal llamado tercer mundo? Quizás aquí no haya libertad para portar armas de fuego, y eso nos alivia un poco, pero no borra el peligro. Es que la violencia directa se ejerce, cuando la sociedad ha legitimado otras dos formas de violencia que trabajan en silencio (la estructural y la cultural).
En Colombia, por ejemplo, los índices de violencia contra la población LGBT son serios. En un artículo publicado por el Periódico El Espectador en su portal WEB, el 10 de julio de 2015, se señaló que entre 2013 y 2014 hubo 164 homicidios a la Población LGBT y al menos 30 de estos fueron motivados por el prejuicio hacia la orientación sexual. En ese mismo artículo, titulado “No cesa violencia contra LGBT”, se mostraba un fragmento de un panfleto firmado por el Ejército Anti-Restitución de Barrancabermeja en el que los líderes de la población LGBT era seriamente amenazados: “A corruptos, viciosos, gais, que ahora se hacen llamar defensores de derechos humanos, defensores de maricas o comunidad LGTB y de guerrilleros, defensores de sindicalistas […] personeros, presidentes de junta” (sic) los vamos a limpiar”. Evidenciando cómo el Conflicto Armado también tocó a una población con necesidades específicas y solo hasta ahora se empieza a hablar de ello.
Así mismo, según un estudio realizado por varias organizaciones que promueven y defienden los derechos de la población LGBT, entre ellas Colombia Diversa, se señaló que en 2015 se registraron 110 homicidios de personas LGBT, y se pudo constatar que al menos 43 de esos casos tuvieron como motivación el prejuicio. En Cartagena, el año pasado, un grupo de amigos y defensores de la población LGBT fueron víctimas del abuso de poder de un patrullero de la Policía Metropolitana que se atrevió a golpearlos e insultarlos en uno de los Baluartes de la Muralla del Centro Histórico de la ciudad. El proceso legal contra el sujeto aún no se resuelve.
En este mismo sentido, cabe destacar que en Colombia teníamos un procurador que dejó clara su postura sobre los asuntos LGBT y que hoy quiere perfilarse como candidato presidencial; una senadora que recoge firmas para derrumbar algo que la Corte Constitucional ha garantizado —el derecho de los niñxs a tener una familia y ser adoptados sin importar la orientación sexual de la pareja adoptante— y unxs agentes de policía que trabajan a partir de sus prejuicios y no temen exceder sus competencias. Eso, aunque no lo creamos, es lo que subyace antes de un ataque como el de Orlando, Florida. Sí, señores. Esos pequeños datos y actos que parecen no hacer daño, van calando en el imaginario colectivo. Pero hay más.
No es solo un asunto islámico. ¿Y la iglesia católica? ¿Y las iglesias cristianas? ¿Acaso ellas no ejercen violencia también? Una postura llena de odio oculta tras la palabra de Dios. En esta época de medios interactivos y redes sociales, los pastores se han vuelto populares y cada uno de sus estados genera cientos de reacciones que terminan siendo un mensaje que llega, es repetido y vaya uno a saber lo que resulte de aquello. Eso, sin mencionar el puesto que se han ganado los sacerdotes y los obispos en los medios de comunicación. Razón por la cual salen a preguntarles su opinión sobre cualquier asunto que atente contra la moral cristiana. Señoras y señores, todo esto antecede a un ataque como el de Orlando, Florida.
También está el tendero que se ríe cuando escucha una voz demasiado fina en un hombre. La manera en que el sparring del bus se queda viendo cómo caminas para buscar un puesto. La señora que se ríe porque la otra es machorra. El taxista que dice que no recoge maricas. El papá de tu amiga que piensa que lo que ocurrió en aquella discoteca en USA estuvo bien. Y también, por supuesto, nosotrxs, cada unx de nosotrxs, cuando callamos ante estos actos de homofobia, o cuando permitimos que otrxs nos violenten. Lo de Orlando no pasó por casualidad. Fue el cultivo de muchas cosas. Y es por eso que debemos decir con voz firme y clara que fue: HOMOFOBIA.
Llamar a ese tipo de violencia por su nombre, HOMOFOBIA, ayuda a visibilizar lo que muchos creen que no existe. Ayuda a que los dirigentes reconozcan que no se trata de un capricho cuando salimos a las calles a marchar, que no es un capricho cuando hablamos de necesitar garantías. Pero también, decir HOMOFOBIA, ayuda a evitar que se legitime la xenofobia contra los musulmanes y que se justifique la violencia en nombre del fin de los terroristas. No podemos ser víctimas de nuestra propia desgracia. Lo que ocurrió en Orlando es, a todas luces y, en primer lugar, un acto de HOMOFOBIA. Sin embargo, el colectivo LGBT puede enseñarle al mundo que en medio de la diferencia hemos aprendido algo, hemos aprendido a amarnos como humanos.
Hace un año cuando nos enteramos de este terrible suceso, pensamos en nuestrxs amigxs, hermanxs. En esa familia que nos ha tocado crear para que el mundo nos duela menos. Porque cuando se vive al margen, reunirse en colectivos es una forma de resistencia. En la tragedia logramos hablar de amor y de solidaridad, porque el amor y la solidaridad son las únicas herramientas que nos han dejado en medio de esta lucha por el reconocimiento y la reivindicación. Amor para reconocer en otrx un interlocutor válido, una vida que importa, una narración que me invita a existir. Solidaridad para ser capaz de entender que hay otras luchas que necesitan de nosotrxs para su propio ejercicio de reconocimiento y resistencia. La masacre de Orlando es una muestra cruel de lo que es capaz de hacer el odio en una persona cuando cree tener las razones correctas y la bendición de algún dios. Esperamos que Cartagena no se vuelva Orlando y que la tragedia de Pulse no sea recordada como un simple dato estadístico.