Cuando comencé a ver las películas de Woody Allen tenía unos 18 años y entendía la mitad de los diálogos. Sigo amando la música, las imágenes de las ciudades que no conozco, ese sentimiento de nostalgia que envuelve todo lo que descubro. He estado en las calles de alguna ciudad medianamente grande y sucia, la he recordado luego, he hablado mucho de esos lugares y he olvidado que en ellos también me fui miserable. Debe ser ese tipo de atmósfera la que me hizo sentir tan cercana a él.
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Sin embargo, ahora, después de unos 8 años, debo aceptar que he comenzado a odiar a Woody Allen. Algún verso recita: “Todo nos llega tarde, hasta la muerte”. Después de buscar la sensación romántica y de desconsuelo que viera alguna vez en Manhattan y Annie Hall, ahora sólo soy capaz de sentirlo como a un profesor feo que habla muy rápido, mientras te dice que luces muy hermosa con su lengua en tu boca.
No reconozco nada romántico más allá de la postal de la banca. Ahora sólo veo a un tipo que habla demasiado y que dice ser tremendo polvo, mientras hace uso de ese gran parloteo para conquistar a la chica; a cualquier tipo de chica, a la soñadora, a la chica inteligente que siempre quise ser, a la más divina, pero que para él nunca dejará de ser la insegura.
La mujer fatal de Woody será una chica hermosa, inteligente, pero tan insegura, que sólo irá brincando de una relación inestable a otra. Todo, mientras una gran banda sonora ameniza la irracionalidad de sus actos y un par de comentarios desprevenidos que la harán siempre más adorable.
¿Cuándo se me plantó en la cabeza que esa inseguridad de Annie, de Tracy, de Mary, hacía de ellas un personaje digerible? ¿Por qué alabar el ego de un hombre que sin la música podría ser el autor de las líneas más patéticas de las que somos capaces en esos sueños flojos en los que aseguramos nuestra satisfacción? Mucha gente se avergonzaría de admitir tales ensoñaciones, pero Woody nos ha vendido la idea de esta mujer del perfecto desastre, dependiente económica y, psicológicamente hablando, que sólo escala social e intelectualmente, en la medida en que es capaz de conquistar a hombres que puedan ponerla en una mejor posición. Contado así, parece una novela mexicana o colombiana si se quiere.
Pensando en el personaje que es Woody en sus películas, sólo lo encuentro feliz con la imagen de la niña indefensa que se dejará callar a cada tanto, la que es capaz de rescatarlo del tedio de tal relación gracias al carácter de su inocencia. Para Woody la mujer es una Emma Bovary, que luego querrá devolver a través de un armario. Un asunto que de hecho podría arreglar tal vez con un escopetazo, ¿acaso no es precisamente eso lo bueno del cine? Como lo anuncia en Annie Hall, hacer posible en la pantalla, lo que en la vida real no es.
Woody allen tiene esa manera de mostrar a la mujer como un ser completamente amoldable y altamente ingrato, con el que no se puede establecer plenamente un diálogo. Sus películas, muchas veces, son el largo monólogo de un genio incomprendido tratando de no exasperarse ante la estupidez del mundo. En su larga disertación consigo mismo, Woody persistirá en su intento infructuoso de domesticación de una mujer: “Siempre eres el que cree que las hará comportarse diferente”, dice en Manhattan.
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Las películas de Woody son la realización de la fantasía de un hombre que quiere ser eternamente adulado, particularmente por las mujeres, por las más hermosas que se tenga como referente en el cine mundial y se ha salido con la suya. Las mujeres en las películas de Woody son personajes con un instante de chispa y maravilla, que rápidamente pasan a esa inestabilidad que las vuelve trastes, pero encantadoras. Si por asomo llegaran a darle la talla, son resueltamente amargadas e insoportables, condenadas a la soledad. Está definido y dictado por Woody, una mujer fea o demasiado inteligente no tiene lugar en su universo, sólo puede ser una mujer graciosa y despreocupada, una chica que dirigir y rescatar.
Después de todo, tengo que decir que ver a Woody es ver un pajazo canonizado y seguir tragándonos esa leche. Pero a todas estas ha logrado salir bien librado, no ha necesitado del escopetazo para resolver la inconveniencia que representa el personaje femenino en su imaginario. Woody ha logrado criar a la amante al amparo de la figura paterna, asegurándose el lugar que merece con las mujeres, el respeto del padre y la entrega y sumisión de la amante. ¡¡¡Genio!!!
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