Uno ve a la cantante Cher en la tarima de los Billboard Music Awards y dice, mierda, ahora resulta que hasta a los 70 también hay que estar buena. Uno ve el abdomen tonificado de las famosas que parieron hace dos semanas y dice, mierda, ahora hasta recién parida hay que estar buena. Uno ve a las estrellitas adolescentes del pop, hipersexualizadas desde cada vez más jóvenes y dice, mierda, ahora resulta que hasta antes de la pubertad toca estar buena. Contrario a lo que canta Andrea Echeverri en la canción “El Estuche”, parece que sí es un mandamiento ser la diva del momento, en una sociedad como la nuestra, en la que el valor de una mujer se reduce a estar o no estar buena.
La sociedad, a través de mensajes directos y subliminales, logra que la aspiración de muchas mujeres, por encima de sus aspiraciones intelectuales, sea estar buena, una aspiración que cansa, que distrae, que somete. Por eso, la verdadera liberación para las mujeres de este mundo y en especial de Colombia, llegará el día en que dejen de soñar con estar buenas. Particularmente en Colombia, por cuenta de los reinados de belleza, el machismo generalizado, la narco-cultura y los estándares que imponen los medios de comunicación, a las mujeres se les educa para invertir demasiado tiempo y demasiada energía en lograr estar buenas.
A las colombianas, a diario, se les atiborra con mensajes que les imponen el deseo de ser como la de la televisión, como la de la revista, como la vecina o la compañera de la universidad que consiguió marido con plata. La belleza es la tiranía a la que este país somete a las mujeres. Y lo peor, una belleza siempre para los demás, nunca para sí mismas. Una belleza para ofertar, para cotizarse, para ser deseada, para ser adquirida, como las vacas o los caballos.
Estar buena y ser sumisa son los mandamientos para las mujeres de Colombia. La que no los cumpla es condenada a la invisibilidad, a no ser tenida en cuenta, a no ser escuchada. Por eso a las consideradas como feas les cuesta tanto trabajo ganarse el respeto en este país. Porque para figurar e intervenir en la construcción de lo público, en este país una mujer además de ser el doble de inteligente que el promedio de los hombres, tiene que ser bonita y estar bien puesta, bien pintada, bien vestida, bien entaconada, bien depilada y sonreír a toda hora.
La mala educación impartida por los cuentos de hadas y las telenovelas mexicanas ha sido tan interiorizada por la mayor parte de la población de este país, que existe el imaginario generalizado según el cual las feas son villanas resentidas, insignificantes, indeseables. En los cuentos de hadas las feas son las brujas malas, por eso, a una mujer considerada como fea en este país le cuesta tanto trabajo ganarse el respeto de los demás, porque hasta temor les tienen. A una mujer fea en este país le resulta prácticamente vedado ganarse el derecho a una voz, a una tribuna, porque “¿cómo te atreves a enfrentarte a la sociedad siendo tan fea?, ¿es que acaso no ves que nos ofendes con tu apariencia?”
Además, se trata de un país que maneja una versión bastante limitada de la belleza femenina. No cualquiera esta buena. Para estar buena, una mujer tiene que responder a un estándar imposible. La carne debe ser exacta. Las facciones deben ser exactas. Y a eso debe acompañarle la actitud exacta, porque una vieja buena y altanera es considerada peor que una fea. Por eso es que el deseo de estar buena cansa a las mujeres, de hecho, estar buena también cansa a las mujeres, lamentarse por no estar buena, cansa a las mujeres, no atreverse a alzar la voz por no estar buenas cansa a las mujeres.
Si toda esa energía que se gasta en querer estar buena se invirtiera en crecer emocional, espiritual e intelectualmente, otra sería la realidad. Pero la tiranía de la “buenez” obliga a las mujeres a perder el tiempo. Los hombres machistas les enseñaron que, si no estaban buenas, no valían, porque a ellos les conviene que las mujeres pierdan el tiempo queriendo estar buenas, para que no intervengan en la construcción del mundo.
Y para remate, estar buena no es garantía de nada, porque habrase visto algo más desechable. A las que están buenas igual les ponen los cachos, igual las dejan los maridos, igual les pagan menos salario, porque a los hombres les interesa demostrarles a las mujeres que no pueden confiarse, que siempre deben trabajar por estar buenas, porque siempre puede haber otra que las supere en la escala de “buenez”, lo que convierte al estar buena o desear estarlo, en un sin salida. Por eso las mujeres de Colombia tienen que olvidarse de una vez por todas de estar buenas. Que cada cual exista plenamente a su medida. Mujeres, su cuerpo para ustedes mismas, que si usted se baña, se viste, se depila o hasta se opera, que sea para usted, para reflejar lo que usted es, no para moldear su esencia para agradarle a los demás.
Estar buena en un país en el que hay tan poco respecto para las mujeres, es un mal negocio. Si estás buena no te respetan, si eres fea, tampoco. La belleza de las mujeres en este país no es más que alimento para el ego de los hombres. Por eso las mujeres deben dejar de soñar con estar buenas y proponerse ser reales. Olvídense ya de prestar atención o emitir comentarios como “Si no se arregla, cómo cree que la van a mirar”, “Si no se ayuda, cómo va a conseguir marido, “Es que no hay mujer fea sino sin plata”. Por eso mi consejo es que las mujeres dejen de perder el tiempo deseando estar buenas y mejor lo inviertan en enamorarse de sí mismas, en ser un encanto para su propia satisfacción, en darle un sentido más amplio y más profundo a la feminidad. Trabajar el cuerpo no para que sea una escultura que desencadene silbidos al pasar, sino para intervenir en lo público, para ocupar un espacio en la construcción del mundo y para luchar por el tan anhelado respeto e igualdad de derechos.
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